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Federico Jiménez Losantos

¿Qué puede hacer Aznar ante el eclipse de Zapatero?

La luz de Salamanca, recia y diáfana, aclaraba los perfiles atildadamente deportivos de las Nuevas Generaciones del PP. Favorecía menos al Presidente en televisión, que al cabo es un medio artificioso, propicio a los trucos visuales y que gusta más de las luces de estudio y las difuminaciones concertadas que del claroscuro natural de las cosas sólidas. Sin embargo, Aznar ya no se presenta a las Elecciones y puede prescindir de una iluminación persuasiva como las que Pío García Escudero crea para los congresos del PP. Ahora es un político a la caza de su propia historia que depende de su discurso y de su continuidad. O viceversa. Porque se supone que su partido debe continuar su política y se entiende que su política es algo práctico y concreto que debería seguir su partido, sucesor aparte. En teoría, algo bastante fácil cuando se tienen las ideas claras. En la práctica, bastante difícil cuando los que deben compartir esa política no las tienen.

Y es que Aznar debe ahora hacer frente a una circunstancia impensable hace apenas tres meses: el desfondamiento y eclipse de Rodríguez Zapatero como líder del PSOE, así como la liquidación de su política de consenso nacional en los grandes problemas nacionales, especialmente el terrorismo y el separatismo vascos. El Presidente centró ante los jóvenes del PP su discurso en dos ideas: la defensa de la libertad frente al terrorismo y la obligación de los políticos de ser coherentes e implacables con el terrorismo si no quieren verse devorados por el monstruo que pretenden aplacar. No hay una sola palabra o referencia a la que objetar nada, desde el 11 de Septiembre hasta el elogio de la política y la actitud del PP en el País Vasco. Sin embargo, pensando en el futuro inmediato, Aznar debe plantear dos cuestiones sin las que su sucesión puede convertirse en una deriva incontrolada para el PP y en un naufragio para toda España.

Ante la evidente volatilización del PSOE como partido nacional y como socio de Estado, Aznar debería en buena lógica plantear la batalla, no sólo del Gobierno sino también del PP, al nacionalismo en todos los frentes: ideológico, cultural, educativo, informativo, institucional, político, económico, legislativo, judicial y, en muchos casos, policial. Pero eso exige asumir que el PP se ha quedado solo en defensa de la Nación, que está dispuesto a defenderla en todos los sentidos, sin sacrificar a las comodidades del Gobierno algo tan esencial como la alternativa al nacionalismo en Cataluña, que no es menos necesaria que en el País Vasco. O que en Galicia. O que en la Comunidad Valenciana, donde, por cierto, parece que el Gobierno de Zaplana está dispuesto a seguir la senda pujolista de la “normalización lingüistica” cerrando a cal y canto la enseñanza en todos los niveles usando el valenciano como herramienta discriminatoria. ¿Se ha enterado de eso Aznar? Pues no se puede defender a España en Bilbao y cargársela en Valencia. Menos aún, buscando votos que sobran.

Esa estrategia de fondo contra todos los nacionalismos antiespañoles tendría que ir acompañada de una batala táctica urgente: la denuncia pública de quienes han provocado la volatilización de Zapatero y la deserción del PSOE de la lucha contra ETA y el PNV; que son Polanco y González; sobre todo PRISA, sin la que González sería menos que un recuerdo. Pero sobre ninguno de esos dos escenarios de la crisis española y de nuestra lucha contra el terrorismo ha dicho nada Aznar, ni siquiera en Salamanca y ante sus mesnadas juveniles. Puede que se lo esté pensando, puede que haya renunciado a pensar, puede que, como tras las elecciones vascas, le cueste demasiado asimilar una derrota o un cambio de planes. Por desgracia, le queda poco tiempo para dejar las cosas claras antes de irse. Menos tiempo del que parece.

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