El cúmulo de deserciones y capitulaciones, soponcios y disparates, anuncios y gatillazos con que nos ha obsequiado el nuevo Gobierno en sólo dos semanas no ha permitido a los medios de comunicación no socialistas —apenas media docena— hacer una valoración de lo que frente a esa catarata de improvisaciones ha hecho el único partido de la Oposición que existe en España, lo que no deja de ser un síntoma de anormalidad. Y la verdad es que el PP o, para ser precisos, su líder Mariano Rajoy no ha entrado a uno sólo de los trapos del Gobierno, no se ha gallardonizado y ofrecido como alfombra al rencor antiaznarista y, en líneas generales, ha estado bastante bien en una tarea difícil. En el Parlamento, muy bien, brillante, sobresaliente. Es su sitio y se nota.
Otra cosa es el partido, donde urge una desintoxicación de moqueta en demasiada gente que fue cooptada por Aznar para el Gobierno y que no vale para la oposición o que valía hace años pero la poltrona los ha dejado aparentemente inútiles. Urge también desactivar los cainismos y las puñaladas regionales, no sólo en la Comunidad Valenciana, donde es público y notorio, sino muy especialmente en Madrid, donde se da por descontado que Gallardón es la oposición a Esperanza Aguirre, con el apoyo de algún pío escudero del alcalde muchos ratitos perdidos en ciertos barrizales. Es más importante Madrid que ninguna otra comunidad y Rajoy cometería un grave error si no respaldara desde el aparato a la única figura regional imprescindible que tiene el PP, y que es su presidenta. Da la impresión de que se da por descontado que Aguirre sabe defenderse y que traición rima con Gallardón. Pues no: como suele decirse en broma pero en serio a propósito de la Reconquista “que Dios ayuda a los malos/cuando son más que los buenos”. Rajoy tiene que ayudar a los suyos, no dejarlos matar por el PRISOE. Y da la impresión de que en eso no se fija.