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Federico Jiménez Losantos

Rajoy, sucesor, pero ¿de quién?

Difícil, muy difícil, era la sucesión de Mayor Oreja. Pero Aznar ha conseguido complicarla todavía más. Porque el nombramiento de Rajoy tiene varias explicaciones no siempre positivas y, en ocasiones, contradictorias. Sin embargo, lo primero y más elogiable es constatar que la lucha contra el terrorismo seguirá siendo una prioridad absoluta para el Ejecutivo. Que el ministro del Interior o ministro contra el Terror sea además vicepresidente político, sin duda refuerza su capacidad de acción exterior frente al nacionalismo, y también permitiría coordinar al máximo nivel otro de los grandes problemas españoles, la inmigración, si es que el Gobierno se decide a tener alguna política al respecto.

Quizás lo más interesante del nombramiento de Rajoy es que puede interpretarse a la vez como un ascenso y como un castigo. Está claro que si Aznar no confiase en sus cualidades no lo habría nombrado para una tarea en la que el presidente del Gobierno está implicado personalmente al máximo. Pero no es menos cierto que si Rajoy se hubiera mostrado imprescindible como coordinador del Gobierno desde la Vicepresidencia Política, Aznar no habría podido ni querido prescindir de sus servicios. En la complicada interpretación aznarológica, se trataría, pues, de una "segunda oportunidad" para un Rajoy embarrancado paradójicamente en las alturas, como se ha demostrado en la crisis de las "vacas locas".

Pero ésta segunda oportunidad política, tras el eclipsamiento de su primer año vicepresidencial, mete también de lleno a Rajoy en la carrera sucesoria. Su predecesor sigue siendo el político más valorado para suceder a Aznar. Pero como Sísifo donostiarra, bastante tiene con subir la roca hasta Ajuria Enea y procurar que no le caiga encima. Rajoy, en cambio, va a heredar, junto a las incomodidades inherentes al cargo, una popularidad nacida del afecto que tiene el pueblo llano al que lucha contra el crimen y contra los enemigos de España. Eso permitirá a Rajoy, si triunfa, ponerse al nivel de popularidad de Rato, Mayor o Zaplana y muy por encima de Arenas, Rudi y Gallardón. Todo dependerá de cómo lo haga --no sólo de cómo le vaya-- en la tarea antiterrorista.

Si opta por la frialdad tecnocrática, también se le agradecerá, siempre que sea eficaz. Pero Mayor ha hecho además un discurso moral y nacional que no sabemos si tendrá intención y capacidad de continuar Mariano Rajoy. En Administraciones Públicas se acreditó como pastelero centristoide absolutamente indiferente a la cuestión nacional. Amon-Ra lo ha castigado a tener que afrontarla en su manifestación más trágica y severa. Su discurso contra el nacionalismo se ha hecho más duro desde que ascendió. Pero, ¿viene para continuar la política de Mayor Oreja o para cambiarla?

Pronto lo veremos. En el día a día no hay libreto. Hay resultados concretos y hay declaraciones que hay que improvisar y donde se saca, naturalmente, lo que uno lleva dentro. De la acuñación de ese perfil político propio (además, claro está, de la omnipotencia digital faraónica) dependerán sus posibilidades de suceder a Aznar. O, por lo menos, a Fraga, que alguna vez dejará ese palacio que cierto clérigo poderoso quiso poner a su nombre: Raxoi.

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