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El incapresidente Alejandro Toledo contó a la prensa en la reciente reunión del G-Río que los países reunidos en el magno evento habían llegado a un acuerdo para la congelación del gasto en armamento. Pero añadió que el acuerdo era secreto y sugirió que no convenía darle más publicidad por si los gobernantes se echaban atrás. Hasta ahora, eran las artistas de variedades o telenovelas las únicas que decían: “tengo una oferta estupenda para un proyecto lindísimo, pero no puedo decir más porque trae mala suerte”. En España, más desgarradas, sintetizan: “no lo cuento porque se gafa”. Pues bien, seguramente inspirado por los “appus”, el presidente peruano ha incluido a los presidentes de las repúblicas iberoamericanas en el selecto club de las opiniones secretas y los proyectos por sorpresa. No es muy democrático, pero tiene mucho color local. A ver quién hace Ministro de incomunicación a Walter Mercado, el Rappel del Caribe, y asegura con discreción y buena estrella el éxito de los asuntos de Estado.

La aparente humorada de Toledo no obedece sólo a un delirio precolombino, sino a un problema muy real. Tanto, que varios obispos centroamericanos acaban de pedir públicamente que no se inventen conflictos fronterizos para justificar el rearme u ocultar problemas internos. O sea, que la cosa va en serio. A la sequía y subsiguientes episodios de hambruna en la siempre castigada región centroamericana se hace frente desde la sacrificada y no pocas veces heroica familia militar con nuevos aviones, el juguete bélico más caro. Bueno, Chávez se ha comprado otros juguetes todavía más caros: submarinos. Sin duda la guerra submarina es el problema más urgente de Venezuela, donde hay diez mil muertos al año en atracos con homicidio. Bien gastado está. Pero donde no gobierna un psicópata con ínfulas de Bolívar, ¿a qué viene gastar miles de millones en armamento en medio de la gravísima crisis económica?

Pues viene a eso: a remediar la crisis económica por lo menos de coronel para arriba, Viene a las comisiones multimillonarias que las firmas armamentísticas ponen en el bolsillo de los jefes políticos y militares del país que los compra. Se habla de nuevo de la debilidad del poder civil frente al militar, que obligaría a sacrificar sus austeros presupuestos a los gobernantes democráticos. Más correcto sería hablar de la debilidad de ambos poderes por la corrupción en dólares. El patrioterismo ambiental siempre encontrará un vecino feo que justifique el rearme material. El moral no cesa.

¿Y no hay solución aparte de la poco democrática de callarse, como propone el neoinca Toledo? Sí. Hay dos vias para este rearme de bolsillo. La más barata sería subirle el sueldo a todos los ejércitos, absolutamente a todos los oficiales, a cambio de una reducción –no sólo congelación– en los gastos de armamento. Si se trata de comprar la voluntad de los martes iberoamericanos, hágase, pero al menos no se gaste más de lo preciso. Con lo que cuestan seis aviones se pacifica Centroamérica seis años. Y quedaría algo para luchar contra el hambre.

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