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Con Ana de Palacio nos empieza a pasar como con Zubizarreta en la Selección Nacional o con Iván Campo en el Real Madrid, que convertían cualquier posesión de balón del rival en clarísima ocasión de peligro, cuando no en gol cantado. No sabemos por qué ha de ir la ministra española a Rabat para rubricar el acuerdo cocinado por Powell, salvo para que la apesebrada prensa alauíta insista en que Marruecos ha salido ganando de la crisis que el sultancito capón provocó para festejar su boda y tomarle el pulso al Gobierno Aznar. Tampoco sabemos por qué no es Benaissa, locutor de la radio que dirige Augusto Abdelkader, el que viene al Palacio de Santa Cruz a presentar sus respetos, firmar papeles, retirar todas las amenazas contra España que perpetró hasta un minuto antes del remate del luctuoso acuerdo y –de paso- a cobrar lo que le corresponda por sus colaboraciones en la cadena polanquista. O a pagar, que eso tampoco está claro. Lo seguro es que Benaissa corre menos peligro en Madrid que Ana de Palacio en Rabat.

Y España con ella. Recuérdese que a punto ya de intervenir militarmente en el Perejil, la ministra tuvo la ocurrencia de insinuar una soberanía compartida con Marruecos, con la Guardia Civil y la Gendarmería luchando conjuntamente contra el tráfico de hachís y de inmigrantes ilegales. Para un belén ecuménico, no está mal. En la realidad, sería una juerga para los traficantes, salvo que la Benemérita detuviese a los gendarmes. ¿Acaso Doña Ana es la única criatura occidental que desconoce la complicidad marroquí, desde el Rey al último guardia, en todos los tráficos ilegales del Estrecho? ¿O es que todavía no ha descubierto que en la diplomacia hay una forma más eficaz de no comprometerse que hablar a lo loco y decir la primera bobada que pasa por el magín, y que es la de callarse? El trabajoso deambular de la ministra por la sintaxis y la lógica tiene la relativa excusa de la inexperiencia. Pero meter en Rabat a tan encantadora pardilla y ponerla al alcance de un sacamantecas como Benaissa es un peligro tremendo. Bien vamos si no le hacen firmar una letra por las Chafarinas. Pero ojo: todavía son capaces de robarle el bolso; que no lo pierda de vista. Y que el Gobierno no la pierda de vista a ella. ¡Peligro!

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