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Federico Jiménez Losantos

Toledo, su señora y la mentira más sonora

Al final, acabará teniendo razón Álvaro Vargas Llosa. No sólo Alejandro Toledo lo ha convertido en el primer perseguido político de su régimen, sino que la presidencia del atezado peruano y de la belga indigenista Eliane Karp, su señora legítima, se está convirtiendo en una auténtica epopeya de la mentira. La cuestión por dilucidar es quién miente más, si Toledo o su legítima, en el caso de que el presidente tenga alguna que lo sea del todo.

De momento, el hombre, digo el estadista, llevaba ventaja. Había mentido acerca de una hija natural llamada Zarai, a la que se niega a reconocer y también a que se compruebe mediante las pruebas de ADN si es realmente su padre. Éste asunto, en el que tanto se ha involucrado Álvaro Vargas y que tantas críticas le ha acarreado entre los liberales por suponerse injerencias en la vida privada es, en realidad, muy poco privado. ¿Extrañaría que en los USA se exigiera una aclaración semejante por parte de Bush? ¿O en Francia por parte de Chirac? ¿O en España por parte de Aznar? Seguramente, no. Entonces, ¿por qué no aplicar en Perú la norma no escrita por la que se entiende que el hombre capaz de mentir sobre lo más importante de su vida privada –y un hijo debe serlo– puede mentir sobre todo lo demás, incluido el manejo de fondos públicos? ¿O acaso se ha asumido la idea racista y machista de que Iberoamérica es “culturalmente distinta”, no homologable con los países civilizados de Occidente y que en ella no rigen las convenciones éticas más elementales?

Y si a los líderes iberoamericanos no se les exige un comportamiento mínimamente respetuoso con la moral convencional –reconocer a los hijos y no abandonarlos es una convención que no se distingue de la simple civilización– ¿cómo sorprenderse de que a cambio de las irregularidades de un cónyuge, el otro –en este caso y casi siempre la otra– haga de su capa un sayo y mienta en su propio beneficio, político y económico? Eso es lo que ha pasado con la señora de Toledo, que desde su llegada a la Presidencia venía fingiendo que había dejado su trabajo, muy a su pesar, y hasta se adornaba diciendo que era la primera vez que tenía que pedirle dinero a su marido, pero a la que se ha descubierto que venía cobrando un buen salario (10.000 dólares, que se sepa) de un banco que, casual o no tan casualmente, era el que administraba los ingentes “ahorros” de Vladimiro Montesinos. ¿Cómo no poner en relación esta capacidad de mentir hasta sin necesidad con la manía de su marido a la verdad? ¿O cómo no suponer que ambos han hecho de la mentira su negocio y que habrá más casos de corrupción económica y política que afecten directamente a la Presidencia del Perú?

La mentira de la muy izquierdista, muy indigenista y no muy amiga de España Eliane Karp, un poder nada en la sombra de la administración de su marido, no sólo se presenta con visos de corrupción al por mayor (¿por qué cobraba sin trabajar –al menos de forma confesable– de un banco sometido a investigación judicial, presunta máquina de lavar dinero robado por la clase política del fujimorismo?) sino que ha producido una catarata de trolas al tratar de encubrirlo. Al destaparse el caso, el Gobierno dijo que la Señora Presidenta y su hija legítima estaban en Europa. Completando su cultura o de visita familiar, cabía suponer. Pero desde Chile, tan ligado al gran negocio ilegal de la aviación peruana destapado por Álvaro Vargas Llosa y que le costó su actual persecución, se desmintió el piadoso efugio: ambas estaban de vacaciones en Tahití.

Descubierto el pastel, el económico y el desinformativo, el régimen de Toledo con el Consejo de Ministros casi en pleno acudió al aeropuerto a recibir y desagraviar a la Primera dama, protagonizando a continuación un mitin en el que la fogosa Karp no pudo desmentir que cobraba del banco sospechoso, a pesar de haber proclamado urbi et orbi que no lo hacía. A cambio, insultó verbalmente a la Prensa, mientras un nutrido piquete seguramente funcionarial repartía panfletos contra los desvergonzados periodistas, capaces de desprestigiar a la Excelsa Pareja de estadistas. Y esto de perseguir al mensajero ya no es un síntoma, es toda una política, la de perseguir la información para encubrir la corrupción, que está haciendo añicos –una vez más– las esperanzas institucionales del atribulado país andino. A la célebre pregunta del comienzo de la novela del indiscutible Mario Vargas Llosa “Conversación en la Catedral”: ¿cuándo se jodió el Perú?, su discutido hijo podría contestarle: “mañana, papá; mañana”.

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