Menú

Esa atildada síntesis de inconsistencia política y buenas maneras llamada Rodríguez Zapatero ha dado con una treta maliciosa que le viene bien a él en muchos sentidos y le viene mal, muy mal, al PP. Tras dejar a los suyos boquiabiertos hace un par de meses anunciando que su candidatura no está hecha y que pensaba someterse al trámite de las "primarias", detalle aclamado por los socialistas presentes pero que provocó sudores fríos en Ferraz, ahora le pide a Aznar que se presente a las elecciones, "que no pasa nada". O sea, que aparentemente a Zapatero no le da miedo enfrentarse con el titular de la Moncloa aunque, en buena lógica, tendría más posibilidades de vencer al suplente o sucesor, todavía ignoto e imprevisible.

Tiene la ventaja este ardid zapateril de que coloca al frágil político leonés al mismo nivel de Aznar, evitando así la cada vez más pesada y ominosa sombra de González, esa maldición nacional y pesadilla para el PSOE, que no deja de estorbar a todos, salvo a Arzallus y Polanco. Tigrekán ha pedido que "le llamen cuando haya que darle caña a Aznar". Pero precisamente para eso es para lo que no deben llamarle, porque él es sólo la encarnación de un monstruoso rencor. Precisamente frente a Aznar, el que tiene que aparecer es Zapatero. Y con un discurso que se parezca lo menos posible al de Tigrekán.

Esta argucia de retar al Presidente a que vuelva a presentarse no es, pues, sólo una forma de darse ánimo. Obliga también a los que dentro del PSOE "le roen los zancajos" a quedarse quietos y, por supuesto, traspasa esa presión interna al PP. Porque, dígase lo que se diga, si hay algo que cada vez tiene peor pinta es la sucesión de Aznar. Como naufrague el PP este otoño en Galicia, como en Europa nuestra diplomacia acredite su auténtico nivel de incompetencia y como Aznar no consiga duros a cuatro pesetas, cosa harto improbable, las municipales y autonómicas pueden ser un calvario para el PP. Sobre todo si por dentro sigue avanzando ese cáncer de la desconfianza, cuya metástasis ha roído ya seriamente la estructura del liderazgo político dentro del partido -limitado únicamente al culto al Jefe- y si esa hipertrofia caudillista empieza a deteriorar el liderazgo social y político del PP, un partido con las taras del ensimismamiento tras la mayoría absoluta y de la enajenación de cualquier identidad política que no sea la personal de Aznar.

Todo lo que sea hurgar en esa herida favorece a Zapatero y perjudica al PP. Tal vez hasta los cortos y obtusos dirigentes del PSOE se estén dando cuenta de que el problema del PP no es exterior sino interior, y no es de carencia sino de exceso de liderazgo, pero con fecha de caducidad. Y el calendario sigue corriendo.

En Opinión