Menú

La expectativa exterior, los nervios; la presión interior, los nervios; la obligación de quedar bien, los nervios; la necesidad de aparentar, los nervios; la inseguridad íntima, los nervios; la sonrisa malévola, los nervios; la escena iluminada, los nervios; fingir tranquilidad, los nervios. Ayer en el Congreso se daban todos los ingredientes para dar el gatillazo. Y Zapatero, naturalmente, lo dio. ¿Qué iba a dar o qué esperaban que podía dar ante Aznar? ¿El do de pecho?

Ayer respondían también a preguntas de la oposición, entre otros, los ministros Rato, Trillo y Álvarez Cascos. Un poco más y a los preguntadores los repreguntan, los ridiculizan, les afean la conducta, les dan dos azotes y los mandan a su casa. Qué repaso. Qué abuso dialéctico. Qué sensación de poder. Que diferencia de envergadura entre unos políticos que parecen haber nacido en el cargo y otros que parecen incapaces de alcanzarlo nunca. Pero es que en política, como en tantas facetas de la vida, no existe el milagro. Zapatero no es el tuerto en el país de los ciegos. Es el tuerto jefe, nada más. Y se enfrenta a Ulloa Optico.

La diferencia que se advirtió ayer entre Zapatero y Aznar es la misma que se comprobó entre los diputados de su grupo y los ministros del PP. Y es absolutamente normal. Dentro de un par de años, unos habrán aprendido y otros estarán más desgastados. Lo corriente en una democracia. Pero esperar que en Las Ventas un debutante con picadores le gane un mano a mano a José Tomás es no sólo absurdo sino innecesariamente cruel. Es obligar al debutante a justificarse con una cornada, como Borrell. Zapatero fracasará si se le exige demasiado. Si se le espera, puede funcionar. Entonces, el gatillazo de ayer se recordará con una sonrisa. Hoy es un drama, naturalmente.

En Opinión