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En el otoño de la dictadura franquista, el Régimen puso en marcha una gran campaña de promoción de la lectura con un eslogan inolvidable, entre hortera y tecnocrático: "Un libro ayuda a triunfar". La ministra de Educación, Cultura y Deportes lo recordará con toda probabilidad. Otra piedra añadió el franquismo al edificio de la elevación moral de la nación a través de la lectura: la Biblioteca RTVE. Un millón de ejemplares se tiró de "La tía Tula", de Unamuno, a cinco duros ejemplar. Todavía anda ocupando rincones y criando polvo en las librerías de viejo. Pero ni el eslogan pasaba de fantasmada ni la Biblioteca RTVE pasó de competencia desleal con las editoras privadas, aunque, eso sí, la tirada podía competir con las de las dictaduras comunistas.

Veintidos mil millones para el fomento de la lectura son muchos miles de millones. Sobre todo cuando la edición en España produce decenas de miles de títulos nuevos al año y cuando el bolsillo de los españoles, siquiera a golpe de colecciones de kiosco, permite hacerse con una biblioteca casera apañadita.

Siendo el grueso de la inversión los dieciséis mil millones destinados a bibliotecas, la duda que nos embarga es si no son los ámbitos autonómicos o municipales los que deberían correr con este gasto. Y también si es precisa tan gruesa suma para promover la lectura en general cuando ya hay dinero de sobra para hacerlo desde la iniciativa privada. Sorprende que entre tres y cuatro mil millones se dediquen a publicidad y promociones diversas: ¿promoción de la lectura o de la imagen del Ministerio? ¿Y qué son esos trescientos y pico millones para "instrumentos de análisis"? ¿Modos posmodernos de atraco al contribuyente, como los de la Sociedad Estatal Nuevo Milenio?

A expensas de que una explicación de la Ministra disipe nuestras dudas, hemos de confesar que esta inciativa parece un mecanismo para el engrase y captación de voluntades en el sector librero, más que para fomentar la lectura, que no es prerrogativa del Gobierno, sino facultad de la sociedad. Lo del Ministerio sería conseguir que en las escuelas se aprendiera a leer y escribir correctamente; y que en la ESO y la universidad se tomara la costumbre de leer. Pero si eso es lo que se busca, este despilfarro, sobra. Y si no se busca, todavía sobra más. ¿Por qué no la liberalización total del precio de los libros? ¿Por qué no se facilita la creacción de bibliotecas como forma de deducción fiscal? ¿Por qué no dejar que la empresa privada haga su papel? A lo mejor así el ministerio de Educación tenía más medios para hacer el suyo.

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