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No durará mucho, porque sería milagroso, pero el comportamiento del Gobierno norteamericano explicando a la opinión pública las características de esta guerra es un modelo de claridad y finura conceptual, inconcebibles hasta ahora en políticos de carrera hablando para la América profunda. Desde ayer, debemos a uno de los ministros de Bush una de las aproximaciones conceptuales que mejor sirven para entender la naturaleza del conflicto que comenzó el Once de Septiembre: “una nueva Guerra Fría”. Es decir, algo parecido a la lucha militar, política, diplomática e ideológica a escala universal contra el comunismo, el enemigo irreconciliable de los Estados Unidos y el sistema liberal-democrático, que empezó al día siguiente de la Segunda Guerra Mundial y sólo terminó a comienzos de los noventa con el colapso y desaparición de la URSS, dos años después de la caída del Muro de Berlín.

Si bien se mira, en realidad esa confrontación con el comunismo empezó en caliente durante la guerra civil conducida por el Ejército Rojo de Lenin y Trotski contra el resto de las fuerzas políticas y el conjunto del pueblo ruso; también contra las potencias que hicieron ademán de ayudar al Ejército Blanco, entre ellas los Estados Unidos de América. Y nadie entre los defensores del sistema de libertades que define el liberalismo del siglo XIX y extiende la democracia del siglo XX dejó de estar en guerra contra el comunismo, antes y después de 1917. Las mejores cabezas de los USA supieron siempre que la lucha contra el comunismo no admitía ni treguas ni empates, porque ante el totalitarismo la Libertad no puede permitirse tiempos muertos ni pausas navideñas: o lo destruyes o te destruye. Los Estados Unidos padecieron la indiferencia democrática y el pragmatismo acomodaticio de una clase dirigente que se escudaba en la percepción popular de que el mejor negocio de los USA consistía en aislarse del mundo. Pronazis apenas disimulados como Joseph Kennedy tuvieron en tiempos de Hitler la excusa perfecta para su política en esa mentalidad arraigadísima de aldea continental. Algo que quizás desapareció el Once de Septiembre.

Al menos, los líderes estadounidenses no están siguiendo el guión de Roosevelt sino el de Churchill. No sólo han prometido una larga época de sacrificios, de “sangre, sudor y lágrimas”, sino también que, como en la Guerra Fría, cuando una “Cortina de Hierro” (o Telón de Acero) cayó sobre Europa Oriental, la única posibilidad de sobrevivir a este lado del Muro era luchar por la libertad al otro lado. Como dijo el mismo Churchill a Chamberlain, cuando venía de Munich exhibiendo las “garantías” de paz de Hitler: “Por evitar la guerra habéis caído en la indignidad; ahora tenéis la indignidad y, además, tendréis la guerra.” Ojalá esta lección haya calado en los dirigentes norteamericanos. De momento, cabe la esperanza.


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