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Federico Jiménez Losantos

y 7. El fútbol, escuela de liberalismo popular

Si la aventura del Real Madrid puede ser apasionante contemplando al pasado, lo es mucho más mirando al presente. El fútbol como espectáculo puede no haber cambiado tanto como se cree desde los tiempos de Di Stéfano a los de Zidane, pero lo que sí ha cambiado radicalmente, cumpliendo por otra parte las previsiones de Bernabéu, es su carácter global, con la entrada masiva de África y Asia en la realidad y el escaparate de este deporte. La diferencia esencial con respecto a lo que podía haber sucedido hace cincuenta años es que su incorporación actual se hace a través de clubes y no sólo de selecciones nacionales y que la realidad que perciben los jóvenes aficionados no es sólo la de un deporte sino la de un mercado. Acaso el más libre que existe y aquel en el que se observan con mayor claridad las reglas y principios del liberalismo popular.

Un muchacho de Camerún que trabaja en el campo difícilmente podrá pensar en mejorar su situación personal, económica y social mediante la exportación a Europa de los productos que cultiva, por la sencilla razón de que Europa lo impide con sus barreras arancelarias y subvenciones agrícolas. En cambio, sabe perfectamente que Samuel Eto’o juega en España y que Geremi fue campeón de Europa con el Real Madrid y ahora está jugando, y triunfando, en Inglaterra o, para ser exactos, en la Premier League. Un niño chino puede no saber que su padre trabaja para una multinacional que exporta a Occidente copias fraudulentas de relojes, camisetas o electrodomésticos. Es posible que sea igualmente pirata la camiseta de Beckham con el 23 a la espalda que usa para jugar al fútbol y que, en realidad, no se quita ni para dormir. Pero ese niño chino, coreano, birmano o tailandés ha visto que su ídolo está en el Real Madrid con gente de toda raza y procedencia geográfica, que juega con un argelino-francés llamado Zidane, con dos brasileños llamados Ronaldo y Roberto Carlos, que son negros, y otros que son blancos, aunque unos muy rubios como el inglés Beckham o los españoles Salgado y Casillas y otros muy morenos, como el portugués Figo o el español Raúl. Lo más probable es que ese niño chino, birmano, coreano o japonés sueñe con ser el primer asiático titular del Real Madrid. Y lo extraordinario es que, si realmente es un gran futbolista, puede serlo.

Ese carácter de fábrica de sueños, ese "sueño madridista" que, al modo del "american dream", ilusiona hoy a centenares de millones de niños de todo el mundo es una de las grandes maravillas del Madrid "galáctico". Pero ese sueño jamás se habría producido sin la mercadotecnia, sin los anuncios de televisión, sin esa política de imagen que equipara las estrellas de fútbol con los grandes cantantes o los conjuntos legendarios de música "pop". Ir a un partido del Real Madrid en Asia o en Villarreal es como ir a un concierto de los Rolling Stones en Singapur o en Benidorm. Con una diferencia: el fútbol es menos previsible que el rock y los Zidane, Ronaldo, Beckham y compañía no pueden llevar ensayado el mismo partido desde hace treinta años. Jagger puede seguir encantando a la gente con Satisfaction; Raúl no puede meter dos veces el mismo gol ni repetir la misma jugada. Mientras el público agradece la repetición, la defensa del equipo contrario no lo permitiría. Al menos, no muy fácilmente.

Economía aplicada

Pero el niño chino que sueña con jugar en el Real Madrid o el joven aficionado que sigue semana a semana y comenta día a día el juego de su equipo no ven sólo la gloria. También hacen un curso permanente de economía global y de empresa. Lo que no les permite saber la exportación de maíz, sí lo hace el fichaje de un delantero centro. A estas alturas, cualquier criatura aquejada de "futbolitis" sabe todo lo que hay que saber de los derechos de formación del joven jugador que se convierten en tantos por ciento del posible contrato; por ejemplo, en el fallido cambio de Eto’o por Ayala. No se le oculta que para un ejecutivo puede ser bueno cambiar de aires por una temporada, que a Raúl Bravo le fue bien jugar todos los domingos cedido en un modesto equipo inglés para volver al Madrid más rodado y que Morientes ha hecho una apuesta relativamente arriesgada yéndose por un año al Mónaco en vez de fichar en firme, aunque sea a la baja. También sabe que el mercado puede cambiar mucho, muchísimo de una temporada a otra. Que Beckham le ha costado al Madrid la mitad que Zidane e incluso que Figo, aunque no valga menos, porque el mercado está mucho más barato que hace tres años.

Claro que también sabe que Beckham puede aceptar una ficha más baja porque la proyección exterior del Madrid le permitirá doblar sus tarifas como hombre-anuncio, amén de favorecer el éxito de ventas de su autobiografía rosácea My Side y de asegurar una publicidad para el próximo disco de su esposa, Victoria Adams, que ninguna otra "ex-Spice girl" podría soñar. Sabe que, en materia de imagen, el club va al 50% con sus jugadores, y que de 76 euros que cuesta una camiseta, el club puede ingresar limpios sesenta, que, deducida la parte del jugador, serán treinta netos. Puede que esa sea la única operación aritmética que haya hecho por gusto y no por deberes. Y es posible que después de estudiar diez años no consiga decir una palabra en inglés, pero en cuanto a gestión del club, no habrá anglicismo que se le resista: desde el "manager", el "marketing", el "merchandising", el "cash flow" o simplemente el "cash" que maneja Florentino hasta el "look" de Guti comparado con Beckham o lo "fashion" que suele ir Figo, no en balde su señora es modelo.

Escuela multirracial y culto a la excelencia

Pero no todo son frivolidades, por otra parte relativas. El fútbol de clubes y en especial el del club por excelencia que es el Madrid es también una escuela de valores y de civismo moderno. El culto al talento, al esfuerzo, a la constancia, a la excelencia iguala al futbolista de modestísimo origen social nacido en cualquier arrabal del Tercer Mundo y que empezó dándole patadas a una bola de trapos en un desmonte de la selva con el muchacho venido al mundo en una familia de clase media y que además del afecto y los cuidados materiales de su entorno ha tenido las categorías infantiles y juveniles del Real Madrid –o del Atlético de Madrid, véase Raúl, o de otro club– como escuela de fútbol. La diferencia de clase no supone nada cuando dos futbolistas se enfrentan en el campo. Podría pensarse que luchará más el que viene de una favela brasileña que el que viene del Barrio de Salamanca y del Madrid B, pero eso no es necesariamente así. La feroz competencia en las categorías inferiores del Madrid obliga a los jóvenes a un talante de exigencia y competitividad. Y si un niñato con apenas veinte años puede convertirse en millonario y en imbécil, no dependerá de su origen social, o no sólo, sino de sus valores y de su carácter. En el Madrid sólo triunfan los que son capaces de sacrificarse por su profesión, y el ejemplo es Raúl. No basta el talento para que el Bernabéu adopte un jugador: la actitud en el campo y la entrega al equipo son todavía más importantes, como lo prueba el caso de Guti, de Michel Salgado o, por supuesto, de Beckham. El socio del Madrid es caprichoso. El futbolista del Madrid debe ser virtuoso. Es una de las herencias de Bernabéu.

Y sin necesidad de hacer grandes discursos ni de pedir gigantescas sumas de dinero público para promover la coexistencia de distintas razas y religiones, el Madrid es una escuela viviente, un gigantesco escaparate infinitamente iluminado de las buenas relaciones que puede haber entre un musulmán como Zidane y un católico como Raúl, entre un blanco anglosajón como Beckham y un negro suramericano como Ronaldo, entre un chico de barrio madrileño como Casillas y un muchacho venido de provincias como Salgado o Helguera. Todos, grandes y pequeños, fuertes y frágiles, guapos y feos, listos y tontos hacen cada día juntos la historia y alimentan el mito del Real Madrid. Todos han tenido su oportunidad, han sabido aprovecharla y siguen haciéndolo cada día, cada partido, cada temporada. Todos hablan un mismo idioma, con una gramática extremadamente simple y al tiempo sutilmente compleja, que es el del fútbol. Vienen de cualquier país, de cualquier raza, cultura, religión, clase social, lengua o costumbres. Son la materia real de un mundo que quizás sólo en el fútbol es realmente global. Van, tras unos años electrizantes de fama, gloria y fortuna, al limbo de los ídolos olvidados, para dar paso a otros, y a otros y a otros, unidos en una extraña orden de caballería que es la de la camiseta y el escudo del club. Todos viven a través de esos colores su vida, su ambición, su codicia, su anhelo; y, al hacerlo, alimentan también la vida, la ambición y la esperanza de cientos y cientos de millones de personas en todo el mundo. Esa es la gloria y el mito y el oro y el humo del Real Madrid del siglo XXI, esa fábrica de sueños.


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