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No están claras las encuestas, no se ve por ningún lado el hundimiento del PP, tampoco se perciben los progresos del PSOE donde más se esperaban (Madrid y Valencia) y Aznar empieza a sacar pecho, no sabemos si por la confianza en lo que sabe o por el alivio de lo que temía. El resultado de todos esos datos, en su indudable precariedad, es que Zapatero ha desempolvado la pancarta y se ha ido otra vez a la guerra contra la guerra, o sea, contra Aznar, Bush y Occidente en general. Mucho arriesga “Bambi” para no estar aún en puntas.

Porque además del aspecto siniestro e inmoral de utilizar los atentados terroristas de Casablanca para atacar a los países de las víctimas (salvo Marruecos, claro) y no a los terroristas, como sería lo decente y lo lógico, es posible que usar y abusar del miedo de la gente acabe volviéndose a favor del partido de la firmeza y no al de la “comprensión” con el terrorismo islámico. Con un elemento añadido a favor del PP: que el discurso de Zapatero vuelve a ser el mismo de Llamazares. Y eso, en buena lógica, sólo puede movilizar el voto del PP a favor de sus candidatos. Si el PSOE había decidido aparcar la guerra de Irak como argumento central de su campaña, diríase que lo poco claro de sus perspectivas le han llevado de nuevo a la radicalización, en vez de a la templanza. Y es que cuando uno no cree nada o casi nada de lo que dice, en los momentos de incertidumbre se impone el atavismo, que en la izquierda es siempre el de echarse al monte. Los votantes del 25-M podrán votar asustados, pero nunca confundidos.

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