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Fernando López Luengos

Crucifijos y talibanes

Si nuestros gobernantes no arrancan de cuajo toda expresión religiosa es porque todavía no pueden. Por eso su estrategia es un lento pero incansable intento de extirpar tanto expresiones públicas como la educación y moral de la sociedad española.

Hace unos días escuché esta definición que me resultó simpática a la par que sugerente: "un fundamentalista es una persona que quiere imponer la ‘voluntad’ de Dios a los demás... lo quiera Dios o no lo quiera". Y encuentro en ella un evidente paralelismo con esta otra: "un laicista sería una persona que en nombre de la democracia intenta imponer su ateísmo... lo quieran los ciudadanos o no lo quieran".

En el caso del fundamentalismo es fácil acordarse de aquella imagen que dio la vuelta al mundo cuando los talibanes en Afganistán volaron la gigantesca estatua de Buda. Para esta gente ese símbolo no era una obra de arte, ni un testimonio de una cultura milenaria, ni mucho menos un monumento a una doctrina que predica la comprensión y la paz entre los hombres. Para ellos, sencillamente, todo lo que no sea su propia doctrina debe ser destruido sin contemplaciones. De manera idéntica los laicistas españoles del PSOE y ERC intentan también dinamitar a golpe de ley un símbolo que siempre ha sido expresión de paz y concordia entre los hombres: el crucifijo. Es necesario extirparlos incluso en los centros de enseñanza de ideario católico.

A ninguna persona normal hoy en día le provoca repulsa ni el crucifijo, ni la estrella de David, ni la media luna: sólo cabe entender semejante intransigencia en la imbecilidad o, lo que es mucho peor, en el amargo resentimiento y odio hacia cualquier expresión religiosa.

Tal es la condición de la política cuando está guiada por la ideología fanática. Ser socialista hoy en España parece ser sinónimo de resentimiento contra todo lo que recuerde el hecho religioso o la moral natural (piénsese en la intromisión en la "construcción de la conciencia moral" de Educación para la Ciudadanía). Si el pecado de un político del PP era la soberbia o la ambición, el pecado del político del PSOE ha de ser el resentimiento, pues sin aceptar ese dogma no se puede prosperar en el partido.

Pero la disciplina de un partido democrático debe tener un límite: el respeto a los sentimientos y creencias de otros ciudadanos. De lo contrario, los políticos se convierten en una especie de comisarios políticos. Es vergonzoso asistir al silencio de los afiliados al PSOE que no mueven un dedo mientras se lanzan estas proclamas totalitarias. Y esto sucede después de verles cantar una salve rociera en su cofradía o intentar comulgar tras proclamar públicamente su apoyo al aborto como un derecho (¡con un par!).

Evidentemente, no es necesario sospechar el totalitarismo en todos los socialistas españoles, pero lo cierto es que en España ahora mandan los talibanes; y a los demás no se les ve dispuestos a arriesgar su puesto en el organigrama. Piénsese en la gestión de las autoridades educativas persiguiendo y acosando a los padres objetores de Educación para la Ciudadanía.

En estas condiciones, si nuestros gobernantes no arrancan de cuajo toda expresión religiosa es porque todavía no pueden. ¿Serían capaces de prohibir las procesiones de Semana Santa o el Rocío? Por eso su estrategia es un lento pero incansable intento de extirpar tanto expresiones públicas (los crucifijos) como la educación y moral de la sociedad española: Educación para la Ciudadanía. Con esta última lograron engañar a algunos directores de centros católicos contando con la complicidad de la directiva de la FERE, tal y como ha reconocido recientemente Tiana. Pero, ¿se atreverán en esta ocasión a prohibirles mostrar el símbolo de su identidad? No les creo tan ciegos. Al contrario, flaco favor harán a los religiosos colaboracionistas que no tendrán más remedio que actuar en desobediencia civil para defender una de las pocas cosas que mantienen de su identidad. Mientras que aquellos que sí han mantenido su pertenencia eclesial y la comunión con sus obispos harán más explícito todavía su testimonio admirable.

Señores socialistas, ustedes tienen la palabra: demuestren que un socialista cree en la democracia por encima de su sueldo y defiendan la tolerancia y la libertad de educación de los padres.

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