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Fernando Serra

Apadrina a un rico por Navidad

Parece que estas fechas son las más propicias para despertar los sentimientos más tiernos del ser humano y por ello proliferan los anuncios televisivos de las ONG sobre todo tipo de causas encaminadas a solucionar la pobreza en el mundo. La película Plácido, de Luis García Berlanga, nos mostró que la causa más noble en los años cincuenta era sentar a un pobre en la mesa durante la cena de Nochebuena y, al parecer, lo que ahora más se lleva es apadrinar a un niño de algún país del Tercer Mundo como bien nos enseñan muchos famosos y hasta los chicos de Operación Triunfo.

No está claro si esta moda es pasajera o se debe a la maldita globalización, pero como se trata de destinar fondos a los países más necesitados, es una reminiscencia de esa teoría del desarrollismo de los años sesenta que se basaba en la planificación central, en el control de precios, en el proteccionismo comercial y en la ayuda exterior. En efecto, pocos economistas se atreven ya a defender las tres primeras reglas, pero la cuarta, esto es, la transferencia de recursos desde los países ricos a los más atrasados, sigue teniendo un predicamento sorprendente.

Se critica, eso sí, que esta ayuda se canalice a través de organizaciones que no sean lo suficientemente transparentes o por los gobiernos de los países receptores que son en la gran mayoría de los casos dictatoriales y corruptos, lo que hace desviar los fondos y es un incentivo para que estas organizaciones y estos gobiernos reproduzcan las prácticas más nocivas. Pero si se garantiza que el dinero llega a los necesitados, ya sea en forma monetaria, en especie, en bienes de capital o en infraestructuras, se da por bueno este mecanismo y se considera que es una aportación necesaria, aunque tal vez no suficiente, para que los países menos desarrollados salgan de su lamentable y crónica situación.

Los que así piensan cometen el error de considerar a los países pobres tan extremadamente pobres que son incapaces de ahorrar para invertir en bienes de capital. Dicho con otras palabras, como no pueden ellos solos romper el llamado círculo vicioso de la pobreza, necesitan que alguien les ayude desde el exterior. La primera consideración que tendría que hacer dudar de este planteamiento es que los países hoy ricos salieron de la pobreza sin recibir ninguna ayuda externa y que los actualmente atrasados reciben ingentes cantidades de fondos sin que por ello cambien sus circunstancias.

Pero al margen de este argumento histórico, el economista Peter Bauer, fallecido hace pocos meses, descubrió el secreto de este aparente misterio al comprobar algo en el fondo tan sencillo como que las personas de los países pobres responden a los mismos incentivos que existen en los países desarrollados: que se puede obtener un rendimiento mayor en el futuro si se renuncia a una parte del consumo presente, es decir, si se ahorra, siendo ésta la clave del desarrollo. Bauer confirmó que millones de campesinos analfabetos de Sureste asiático se comportaban de esta manera al plantar miles de hectáreas de caucho y cacao, y esperaban luego cinco años para obtener beneficios. También comprobó que solamente actuaban de esta manera si, obtenida la cosecha, podían comerciar libremente con sus productos y si se les garantizaba la propiedad jurídica de sus tierras y cierta estabilidad de los precios.

Pero Bauer ratificó por otra parte que, igual que sucede en los países ricos, en estas regiones del planeta se cumple la ley de preferencia temporal enunciada por Mises: solamente se renuncia a disponer de un bien en el momento presente, es decir, se ahorra, si se va a obtener otro con más valor en el futuro o el mismo pero incrementado. De lo que se deduce que mayor será el incentivo para comportarse de esta manera, cuanto más grande sea la diferencia entre el valor presente y el futuro. Y como evidentemente la ayuda externa incrementa el bien presente, se reduce esta diferencia y, por tanto, el interés por el ahorro.

Así pues, no solamente la ayuda externa en gran escala no es ni necesaria ni suficiente para salir del subdesarrollo, sino que es contraproducente o, como dijo Bauer, un excelente método para transferir dinero de los pobres de los países ricos a los ricos de los países pobres. No será por tanto del todo inútil la labor de las ONG estas Navidades porque los ricos recibirán unos buenos regalos.

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