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Fernando Serra

La herencia de Estefanía

Una de las virtudes de una sociedad basada en la propiedad privada y en la libre competencia es que estimula que los recursos siempre escasos se reorienten permanentemente hacía aquellos que mejor uso hacen de ellos

No se sabe bien si las ideas que sustentan el pensamiento socialista son más falaces que simplonas, o a lo mejor son por fuerza ambas cosas a la vez porque pretenden solucionar problemas complejos con fórmulas pueriles sin darse cuenta sus defensores de que casi siempre es peor el remedio que la enfermedad. En economía sucede esto con machacona insistencia, pero da igual; otro rasgo de estas ideas es que se reiteran en el error constantemente. Si, por ejemplo, hay excesiva diferencia entre ricos y pobres, la simpleza mental recomienda confiscar a los primeros para así paliar las necesidades de los segundos, y si el problema es el desempleo, la solución está en repartir el trabajo en jornadas más reducidas o en castigar a los empleadores con altas indemnizaciones.
 
No son más profundos los argumentos que Joaquín Estefanía utiliza en un reciente artículo en el que califica de reaccionaria la promesa de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, de eliminar el impuesto de sucesiones antes de que acabe la actual legislatura regional. El articulista de El País llega incluso a comparar esta medida con una reforma constitucional, a la baja –dice- “que debería provocar un debate análogo al de la otra reforma constitucional, que tantos ríos de tinta está derramando”. Como conjetura constitucionalista no está mal, pero ya se sabe que Estefanía es sobre todo un defensor del intervencionismo económico y como tal no tiene más remedio que acudir el tópico de siempre: que los hijos de los más ricos disponen al heredar de una situación de partida mejor que aquellos que carecen de patrimonio y que, en consecuencia, la supresión de este impuestos iría en contra de la igualdad de oportunidades.
 
Una de los errores más comunes de quienes sostienen este tipo de diagnósticos simplistas es que entienden la realidad social y económica de forma estática y son incapaces de comprender los procesos dinámicos. Una de las virtudes de una sociedad basada en la propiedad privada y en la libre competencia es que estimula que los recursos siempre escasos se reorienten permanentemente hacía aquellos que mejor uso hacen de ellos. Prueba de ello es que los patrimonios y empresas heredadas tardan cada vez menos generaciones es ser dilapidados, mientras que también es creciente que los mayores ahorradores e inversores procedan de familias de estamentos medios e incluso bajos. No son más que los resultados visibles de la creciente movilidad social que se produce en las economías más libres y abiertas.
 
Es cierto que la herencia fue motivo de desigualdad en las sociedades precapitalistas y agrícolas, pero ha ido perdiendo paulatinamente esta condición en las sociedades modernas. Las economías más desarrolladas se basan sobre todo en el conocimiento, por lo que los bienes tangibles heredados tienen muchísima menos importancia que el capital humano transmitido por los padres y por el sistema educativo. “La propiedad inmobiliaria y demás activos –dice el premio Nobel Gary S. Becker- son hoy fuentes mucho menos importantes de la riqueza de los jóvenes, ya que la educación, el entrenamiento y demás capital humano representan tres cuartas partes de la riqueza total”.
 
Si se tiene presente además que la recaudación por el impuesto de sucesiones es muy escasa y que las grandes fortunas pueden eludirlo con facilidad a través de ingeniería fiscal, incluso Estefanía podría llegar a comprender que en un momento determinado su permanencia acarrea más inconvenientes que ventajas ya que se trata de una figura impositiva que desincentiva el ahorro.

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