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Fernando Serra

Lo que no se ve de la inmigración

no inventemos consecuencias negativas de un fenómeno que en lo económico beneficia a todos. En este aspecto, lo que no se ve de la inmigración suele ser más positivo que lo que se ve

Decía Frederic Bastiat que la única diferencia entre un economista malo y otro bueno es que el primero sólo tiene en cuenta los efectos visibles a corto plazo mientras que el segundo es capaz de prever consecuencias futuras, dos actitudes completamente diferentes porque casi siempre los resultados positivos inmediatos van seguidos de otros desfavorables, y viceversa. Así razonaba hace más de siglo y medio este gran economista francés en "Lo que se ve y lo que no se ve", lo que supuso una magistral visión porque la complejidad de las sociedades modernas ha hecho proliferar este tipo de paradojas. La inmigración ofrece buenos ejemplos.
 
Nos revelaba hace poco el Banco de España que los trabajadores extranjeros envían a sus familiares que residen en los países de origen más de 2.800 millones de euros al año y que esta cifra tiende a aumentar con rapidez, algo lógico dado la afluencia creciente de inmigrantes. Recordemos que la Fundación de las Cajas de Ahorros Confederadas (Funcas) calculó hace sólo año y medio que la cantidad total de transferencias anuales ascendía a 706 millones de euros y que iba dirigida mayoritariamente a los países sudamericanos, igual que sucede ahora. The Economist estimó hace años en cien mil millones de dólares las remesas enviadas por los residentes extranjeros de todo el mundo, lo que equivalía al PIB de países como Venezuela o Sudáfrica.
 
Lo que más llama la atención son, sin embargo, los efectos supuestamente negativos que muchos ven en este fenómeno. En un reciente editorial de La Vanguardia se decía que los "capitales transferidos a base de la acumulación de pequeñas partidas son, por su propia naturaleza, dinero no productivo y sin finalidades inversoras, puesto que sus receptores los dedican básicamente al consumo", una frase que no tiene desperdicio y que da a entender que si este dinero se quedara en España porque las familias de los inmigrantes están ya agrupadas sería entonces productivo (sic) y dedicado a la inversión, no al consumo. Además de un disparate, la expresión encierra un juicio negativo, y peligroso, sobre las consecuencias que la inmigración tiene para nuestra economía. "Al mismo tiempo este dinero deja de invertirse en España", se decía también en el editorial citado.
 
Si, como Bastiat, nos fijáramos en las consecuencias económicas a largo plazo, las "que no se ven", comprobaríamos que los inmigrantes no reducen el empleo sino que lo aumentan, que no deprimen los salarios sino que hacen crecer la renta nacional, que tal vez disminuyen la productividad del trabajo a corto plazo pero aumentan la productividad total porque incentivan la inversión de capital, y que suponen una fuente neta de financiación para el sector público porque aportan, vía impuestos y cotizaciones sociales, más de lo que reciben en prestaciones. Si atendemos a lo que ahora se critica, los inmigrantes no son ni mucho menos unos manirrotos sino que mantienen unas tasas de ahorro y de inversión mucho más altas que los trabajadores nativos, sobre todo cuando se produce la agrupación familiar. Y además, ¿sale perjudicada la economía nacional por las remesas de dinero que envían los inmigrantes? La teoría cuantitativa del dinero nos enseña que una salida de dinero en metálico presiona los precios a la baja con lo que frenaría las importaciones y estimularía las exportaciones, lo que a su vez terminaría provocando una mayor entrada de capitales.
 
La inmigración tiene ya suficientes problemas, de seguridad por ciertas ideologías y religiones aberrantes, y de integración por las malas políticas de se practican en algunos países receptores. De estas últimas la peor es sin duda las excesivas prestaciones del mal llamado Estado del bienestar que frena el esfuerzo personal, la capacidad de trabajo y las iniciativas emprendedoras de los inmigrantes, lo que termina volviéndose en su contra. Pero no inventemos consecuencias negativas de un fenómeno que en lo económico beneficia a todos. En este aspecto, lo que no se ve de la inmigración suele ser más positivo que lo que se ve.

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