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Florentino Portero

Elecciones en Irán

Estamos en el umbral de una nueva época, en la que el número de Estados dotados de capacidad nuclear para usos militares será mucho mayor. Un hecho revolucionario llamado a provocar una revisión en profundidad de las estrategias gubernamentales.

La sociedad iraní vota hoy quién será su futuro presidente. Irán no es una democracia, pero dispone de mecanismos de representación que otorgan a su régimen una cierta legitimidad y le proporcionan una limitada renovación interna. La política trata de la gestión de las diferencias, de los intereses o visiones contrapuestas. Estas elecciones reequilibrarán la influencia de las distintas corrientes que conviven en el seno de la teocracia persa y mantendrán fuera de la arena política a todos los que no comulgan con sus principios.

Occidente, siempre ansioso de buenas noticias y dispuesto al autoengaño, se hace ilusiones sobre los efectos que tendría un relevo en la Presidencia. La experiencia, poco amiga de las ensoñaciones, nos enseña que el margen de maniobra real es limitado, que el poder continúa férreamente controlado por el Líder Supremo, el ayatoláh Alí Khamenei, arropado por la Guardia Revolucionaria.

En cuanto al programa nuclear, conviene recordar que se inició mucho antes de que llegara al poder Ahmadinejad –probablemente fue en los días del añorado, elegante, culto y reformista Khatamí–, que es el Líder Supremo quien lo controla y, sobre todo, que es una cuestión de orgullo nacional dotarse de cabezas nucleares. Para una gran parte de la población y, desde luego, para la clase política supondría una humillación dar marcha atrás y plegarse a las muy limitadas presiones internacionales.

Tras las elecciones, la Administración Obama tendrá que desplegar todas sus artes diplomáticas para engatusar a las autoridades iraníes y rusas, Moscú es su principal valedor, y para llegar a un acuerdo que permita a Irán tener capacidad nuclear para usos civiles al tiempo que renuncia al uso militar y acepta un rígido sistema de inspecciones. La evolución de la cuestión norcoreana, modelo a seguir desde Teherán, demuestra que el coste de persistir en el empeño es limitado. Para los dirigentes chiíes, como para el resto del mundo, resulta difícil imaginar al presidente Obama ordenando bombardear las instalaciones nucleares iraníes. Tras el discurso de El Cairo la imagen buenista se impone, al tiempo que su autoridad se descompone. ¿Por qué desistir ahora?

Henry Kissinger recordaba hace unos días que el problema ante el que nos encontramos va mucho más allá de Corea del Norte o de Irán. Lo que está en juego es el régimen de no proliferación. Estados Unidos, continuaba el viejo tratadista, no puede asumir en soledad la tarea de mantenerlo en pie. No hay más salida que un serio diálogo estratégico con las restantes grandes potencias para garantizar intereses y fijar criterios. Sólo tras un franco debate se podría llegar a un entendimiento basado en la confianza. Comparto la visión del maestro del realismo pero no creo que Obama, rodeado de realistas pero él mismo un idealista, esté en esa posición. Todo ello suponiendo que dispongamos de tiempo para dialogar, comprender, acordar y, finalmente, actuar de forma conjunta contra Corea del Norte, Irán y cualquier otro proliferador. Por otro lado, el que un serio diálogo estratégico sea necesario no quiere decir que esté garantizado su éxito. Los intereses de las partes pueden resultar incompatibles. Personalmente creo que las exigencias rusas y chinas son inaceptables.

No sería justo cargar sobre las espaldas de Obama la responsabilidad de haber permitido este desastre. No sólo es verdad la afirmación de Kissinger de que Estados Unidos solo no puede afrontar este reto. Es que ya George W. Bush había abandonado toda esperanza de detener el programa nuclear iraní. La república norteamericana tiene demasiados frentes abiertos como para iniciar uno nuevo y tampoco parece sensato que sea Washington quien asuma todo el protagonismo cuando los gobiernos más próximos, incluidos los europeos, han demostrado tan poco interés por adoptar medidas serias que pudieran abortarlo. Obama, por el contrario, sí es responsable de un cierto abandono de Israel en beneficio de un supuesto entendimiento con el Mundo Árabe. Dejar de lado a una democracia para aliarse con dictaduras corruptas y, en muchos casos, cómplices fanáticos de aquellos que atentan cotidianamente contra vidas y haciendas de norteamericanos y gentes de bien es una insensatez que muy probablemente Obama acabará pagando caro.

El último informe de la AIEA sobre Irán y Siria, todavía no publicado pero ya filtrado en sus contenidos fundamentales, apunta a que el proceso sigue adelante. Irán puede estar a punto de disponer del suficiente uranio enriquecido para fabricar su primer ingenio. Estamos por lo tanto en el umbral de una nueva época, en la que el número de Estados dotados de capacidad nuclear para usos militares será mucho mayor. Un hecho revolucionario llamado a provocar una revisión en profundidad de las estrategias de aquellos gobiernos capaces de tener una estrategia. En cualquier caso, estamos entrando en un mundo mucho más inseguro y difícil de gestionar.

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