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Florentino Portero

Hacia la debacle

Las decenas de miles de cargos socialistas que se van a encontrar en el paro dentro de unos meses serán responsables directos de su suerte, porque avalaron la política y apoyaron al Gobierno que nos ha llevado a todos a la penosa situación actual.

Cuando el pasado mes de mayo el presidente Rodríguez Zapatero se vio obligado a rectificar su política, por presión de los mercados y de destacadas figuras de la esfera internacional, firmó su sentencia de muerte política. Su programa se había quedado en nada. Desvelado su exceso de voluntarismo y la falta de fundamento y de realismo, el presidente no fue capaz de reinventarse y proponer a la sociedad española una nueva estrategia. Desde aquellas fechas se encuentra inmerso en el vértigo del tobogán. Un señor de Parla se atreve ahora a decirle "no" y se hace con el control de la federación madrileña del partido. Las elecciones catalanas pueden deparar un desastre antológico para el socialismo catalán, antesala de una posible refundación en clave nacionalista que de entrada suponga la reconstitución de un grupo parlamentario propio. En ese momento el Partido Socialista dejará de ser un partido nacional. Las elecciones regionales y locales enviarán al paro a decenas de miles de cargos políticos con carné de color rojo, al tiempo que puede expulsar al partido de todos los gobiernos autonómicos en disputa. En ese ambiente, perfectamente imaginable, el PSOE tendrá que prepararse para unas generales. Los problemas no cesarán: la economía seguirá sin reactivarse, el desempleo continuará en tasas inadmisibles y a falta de un Plan B, el inclumplimiento de los objetivos presupuestarios nos llevará al penoso padecimiento de tener que soportar críticas internacionales y posibles sanciones. 

Si el Partido Socialista estuviera en manos de personas capaces y responsables, habrían aprovechado la resaca de la crisis de solvencia financiera del pasado mes de mayo para echar a Rodríguez Zapatero, nombrar a un peso pesado con cierta credibilidad y plantear una nueva estrategia dirigida a enfrentarse a la crisis y moderar las inevitables pérdidas de votos en los próximos comicios. Ése no ha sido el caso porque la aristocracia socialista es de una mediocridad ejemplar, porque no tienen repuesto evidente para el actual inquilino de la Moncloa y, sobre todo, y éste es el problema capital, porque el partido se reconoce en su presidente, en su falta de talla intelectual y en su vaga ideología populista y relativista. 

Las decenas de miles de cargos socialistas que se van a encontrar en el paro dentro de unos meses serán responsables directos de su suerte, porque avalaron la política y apoyaron al Gobierno que nos ha llevado a todos a la penosa situación en la que nos encontramos. Lo más probable es que se revuelvan contra sus líderes, culpándoles de su triste destino. Desde hace unas semanas ya escuchamos un naciente pero creciente runrún crítico. Si de verdad estaban en desacuerdo con el Gobierno, debían haber expresado sus opiniones cuando tocaba, porque la lealtad a la Patria debe siempre anteponerse al interés partidista. Pero no lo hicieron. Peor aún, apoyaron con su silencio y con su voto, el derroche de nuestros ahorros y la asunción de una deuda que nos pesará durante mucho tiempo. La quema pública de Rodríguez Zapatero puede aliviar de tensión a algún cuadro despechado, pero poco más. El Partido Socialista va directo hacia la debacle y sólo comenzará a remontar y a ganar credibilidad cuando reconozca los errores cometidos y deje atrás el "zapaterismo" que ha caracterizado estos últimos años. No será fácil y, de hecho, no tiene por qué ocurrir. La crisis a la que se dirigen con sorprendente decisión puede ser profunda y prolongarse durante mucho tiempo.

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