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Fran Guillén

De orgullos y estilos

No es descartable que los albicelestes lleguen lejos. Son el cocodrilo al que un solo bocado le basta para llevar a su presa al fondo del lago.

Bosnia y el orgullo

Hace veinte años que el puente que une Visegrad y Gorazde se cubría con dos dedos de sangre, sobre los que el carnicero del pueblo, serbio, chapoteaba mientras rebanaba los gaznates de los bosnios que luego dejaba caer al río Drina.

Hoy Bosnia se ha normalizado como oasis musulmán en medio de los Balcanes y sus futbolistas han conseguido que la melancolía de un pueblo repleto de cicatrices revierta en dignidad deportiva. La primera cita mundialista de la historia del país les ha deparado un grupo amable y unos futuribles cruces negociables por lo asequible. Son un equipo anárquico, que aún mezcla mal sobre el césped, pero cuentan con tipos de talento contrastado y con el ansia competitiva de quien nace pegado al Adriático.

Contra Argentina les faltó calibrar la química grupal, pero su primer fogonazo puso en aprietos al magno Messi. Nadie se las quiere ver con los que llevan dentro el orgullo contenido de dos décadas.

Argentina y la identidad

Sabella juega a poco. A nada, dicen los menos diplomáticos. La sensación de que Argentina son dos equipos diferentes que, según qué parte del campo frecuenten, juegan a cosas distintas atrae fantasmas pasados. Pocos conjuntos tienen esa capacidad de sacar conejos de la chistera, pero con Mascherano como estibador y Gago sumido en su hibernación eterna, la creación en el mediocampo es de encefalograma plano. Tienen los albicelestes, en general, más intenciones que razones. Y, aún así, no es descartable que lleguen lejos. Son el cocodrilo al que un solo bocado le basta para llevar a su presa al fondo del lago.

Italia y la negación de un estilo

La tibia de Montolivo se quebró y todos notamos un pellizco en el estómago. Había fraguado Prandelli un estilo tan atractivo, que ya asomó la patita en la Confederaciones, que la pérdida de un cerebro de pierna fina y cabeza rápida le sacaba alguna astilla al equipo más favorito de los menos favoritos. Pero esas dudas se esfumaron en un partido formidable, quizá el mejor de lo que llevamos de Mundial, contra Inglaterra.

Italia está agazapada tras los aspirantes más mainstream. España, Brasil, Alemania o Argentina hacen tanto ruido que a la azzurra le ha dado tiempo a colocarse de puntillas a su espalda y aguardar a que el propio torneo dispare a los de delante y los vaya derribando como a muñecos de pimpampum. Y todo ello, con Pirlo tocando el violín y el Catenaccio metido en el armario, entre bolas de naftalina.

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