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Francisco Cabrillo

Arthur Cecil Pigou, el profesor excéntrico

Se decía de él, por ejemplo, que sólo tenía un traje; y que se veía obligado a renunciar a cualquier actividad académica y a todo compromiso social el día que tocaba enviar el traje a la tintorería.

El lector que haya seguido la vida y andanzas de los economistas que han aparecido hasta hoy en esta serie habrá llegado, seguramente, a la siguiente conclusión: los economistas han sido, con frecuencia, tipos muy particulares; y si, además de economistas, han sido catedráticos de universidad tal característica se manifiesta en un grado aún más acusado. Pocos, sin embargo, parecen haber igualado en este aspecto al profesor Pigou, quien desempeñó entre 1908 y 1943 la prestigiosa cátedra de Economía de la universidad de Cambridge, en la que sucedió a Alfred Marshall..
 
Las historias que sobre nuestro personaje contaban alumnos y profesores eran de lo más variopinto. Algunas probablemente eran falsas, aunque el carácter de nuestro catedrático las hacía bastante creíbles. Se decía de él, por ejemplo, que sólo tenía un traje; y que tal circunstancia condicionaba su vida en no escasa medida, ya que se veía obligado a renunciar a cualquier actividad académica y a todo compromiso social el día que tocaba enviar el traje a la tintorería. Pero hay dos hechos que llaman la atención en su vida. En primer lugar, parece que Pigou era homosexual, lo cual, entre los economistas del Cambridge del primer tercio del siglo XX era, por cierto, bastante habitual. Pigou nunca se casó; y su principal entretenimiento consistía en salir de excursión al campo con sus alumnos. Eso sí, parece que no sólo nunca se propasó con ellos, sino que además, a diferencia de su colega J.M. Keynes, llevó el tema con gran discreción; pero este hecho hizo que sus relaciones personales fueran siempre complicadas, especialmente con las mujeres, como veremos más adelante.
 
Y la discreción de Pigou se extendía también a otras facetas de su vida, la más llamativa de las cuales era, seguramente, su simpatía por las ideas comunistas. Tal atracción estaba relacionada con la visión elitista de la sociedad que compartían muchos profesores británicos de la época. El campo de la ciencia económica en el que Pigou ejerció una influencia más profunda es, sin duda, el de la economía del bienestar. Su idea fundamental era que, desde el Estado, se puede mejorar las condiciones de vida de la gente. Y tal planteamiento se basaba no sólo en el hecho de que los mercados tienen a menudo imperfecciones que dificultan su funcionamiento eficiente, sino también en la idea de que el ciudadano medio no está capacitado en muchos casos para tomar las decisiones que a él mismo más le convienen. Así pensaba que "muchas personas no son capaces, dada su falta de conocimientos, de invertir recursos en sí mismos y en sus hijos de la mejor manera posible". Pero la frase de nuestro personaje que siempre ha llamado más mi atención es aquella en la que afirma que "el arte de gastar el dinero está mucho menos desarrollado que el arte de ganarlo, no sólo entre los pobres, sino entre todas las clases sociales". En consecuencia, nuestro bienestar mejoraría si, al menos en parte, el Estado nos dijera cómo debemos gastar nuestra renta.
 
Como suele ocurrir, con el paso de los años, sus manías se fueron acentuando. Y su forma de trabajar en la universidad llegó a ser la siguiente. En el college en el que pasó la mayor parte de su vida tenía preparadas dos habitaciones comunicadas, una para él y otra para su taquígrafa. Cada uno se sentaba en su habitación correspondiente y, a través de una puerta entreabierta, Pigou dictaba. Y al día siguiente, por el correo interno del college recibía el texto mecanografiado, sin necesidad de tener así contacto personal alguno con su colaboradora.
 
Siempre afirmó que su principal preocupación en sus investigaciones económica fue mejorar la condición de la vida humana…siempre, eso sí, que el humano no estuviera emasiado cerca de él.

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