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Francisco Cabrillo

El multiplicador (...y las cópulas) de Richard Kahn

Corrían los primeros días del mes de febrero del año 1932 cuando Keynes entró en el despacho de Kahn y sorprendió a éste acostado en el suelo con la joven y brillante economista

Piensa un personaje de Borges que los espejos, como las cópulas, son abominables porque multiplican el número de los hombres. Y los economistas no somos del todo ajenos a estas cuestiones. De hecho, en teoría económica los multiplicadores desempeñan un papel importante en muchos sentidos. Pero, seguramente, el más relevante de todos ellos es el multiplicador de la inversión, cuyo origen está indisolublemente ligado al economista británico Richard Kahn.
 
La idea es bastante simple. Si, en una determinada economía, se produce un crecimiento de la inversión empresarial (con otros incrementos de gasto el efecto sería similar) el crecimiento que se genera en la renta nacional no se limita a la cuantía de la inversión realizada, sino que sus efectos se extienden por todo el sistema y dan origen a un crecimiento mayor. La nueva inversión tiene como efecto un mayor número de puestos de trabajo, lo que eleva la renta del conjunto de los trabajadores, quienes, por su parte, incrementan su gasto en consumo y hacen crecer, por tanto, el volumen de producción de las empresas que fabrican los bienes que adquieren. La idea es, en esencia, que un incremento del gasto desata un proceso de expansión. Y lo que resulta aún más extraño, que si los trabajadores ahorraran una parte mayor de su renta, la economía nacional crecería menos. Es fácil entender, por tanto, la relevancia de esta idea para la revolución keynesiana, que basaba la salida de una depresión en un aumento del gasto y, por tanto, de la demanda efectiva.
 
Kahn había sido uno de los discípulos favoritos de Keynes; y, aunque publicó muy poco a lo largo de su vida, su influencia en la elaboración de la obra de su maestro en la década de 1930 fue muy significativa. No era, desde luego, el único economista joven que formaba parte del grupo de Keynes. En el grupo de curiosos personajes que formaban lo que vino en denominarse el Cambridge Circus brilló con luz propia una de las pocas mujeres que han alcanzado la fama en este mundo, aún bastante masculino, de la ciencia económica, Joan Robinson, que es, además, otro de los personajes protagonistas de esta historia. La señora Robinson, casada con un profesor de economía de Cambridge, Austin Robinson, publicó el año 1933 el más importante de sus libros, La teoría de la competencia imperfecta, en cuya redacción parece que contó con la ayuda de Richard Kahn.
 
Pero no fue esta la única colaboración entre ambos economistas, ya que en ellos cobró vida aquella relación entre los espejos y las cópulas de la que hablaba el personaje de Borges. Corrían los primeros días del mes de febrero del año 1932 cuando Keynes entró en el despacho de Kahn y sorprendió a éste acostado en el suelo con la joven y brillante economista. No sabemos muy bien lo que pasó a continuación; pero, dado que Keynes era un caballero, no me cabe duda de que se retiraría discretamente a meditar, por ejemplo, sobre los efectos de una bajada del tipo de interés en la recuperación económica, tema que, por cierto, realmente le preocupaba mucho en aquella época. No quiso, sin embargo, dejar de registrar el hecho en una carta a su esposa Lydia. "Espero –escribió Keynes a su mujer– que su conversación tratara únicamente de la teoría pura del monopolio".
 
Algunos acontecimientos posteriores pueden ser utilizados, sin embargo, en contra de esta piadosa hipótesis. Sabemos que, unos años después, ambos economistas mantuvieron una relación en toda regla, que fue mucho más allá de la habitual entre colegas. El que desempeña, desde luego, el papel menos brillante en esta historia es Austin Robinson. Por algunos historiadores ha sido considerado como uno de los cronistas más importantes de los debates que en su día tuvieron lugar en torno a la redacción de laTeoría General del empleo, el interés y el dinerode Keynes. Pero hay razones para pensar que se le escaparon algunos acontecimientos importantes.

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