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Francisco Cabrillo

El pacifista Guevara

Con el paso del tiempo, muchas palabras pierden su sentido original y pasan a significar algo que sólo vagamente recuerda a lo que con ellas se quiso en su día expresar. Me temo que con el término “pacifismo” puede estar sucediendo tal cosa.

El pacifismo se ha identificado siempre con una postura de rechazo generalizado a la violencia y con una actitud de resistencia pasiva hacia aquello que nos negamos a aceptar. Pero, en los últimos días, hemos visto manifestaciones, a las que se ha denominado pacifistas, que han ocasionado todo tipo de violencias contra las personas y las propiedades de mucha gente. En las calles de algunas ciudades españolas se ha agredido a la policía, se han destrozado escaparates... y hasta hemos visto robar jamones y joyas de un establecimiento comercial. La prensa ha llegado a mencionar el “pacifismo violento”, lo que es una expresión tan incoherente como puede serlo hablar de hielo caliente, de socialismo liberal o de prostitutas vírgenes, por utilizar la conocida frase de Anthony de Jasay.

Y las contradicciones de los manifestantes no acaban aquí. La semana pasada tuve ocasión de coincidir en la Gran Vía de Madrid con una manifestación de estudiantes que protestaban por la guerra de Irak. En ella, junto a diversas pancartas en las que se expresaba el deseo de que el conflicto bélico terminara cuanto antes, había una en la que se reproducía la imagen más conocida de Ernesto Che Guevara. En una concentración pacifista no me habría sorprendido ver a alguien con un retrato, por ejemplo, de Gandhi. Pero muy poco de las ideas del político indio parece quedar en nuestros pacifistas actuales si están dispuestos a desfilar por las calles junto a la imagen de un tipo especialmente violento como Che Guevara, que pasó buena parte de su vida haciendo la guerra y murió como había vivido, con un fusil en la mano. Ha habido, en muchos momentos de la historia, gente que ha defendido la lucha guerrillera o lo que en su día se denominó la violencia revolucionaria. Pero no entiendo que alguien así pueda considerarse pacifista y pasar por tal ante la opinión pública.

Como con el transcurso de los años me he ido volviendo cada vez más tolerante, la imagen del joven estudiante pacifista y seguidor del Che Guevara al mismo tiempo me ha producido más pena que indignación. Este chico nació muchos años después de la muerte del que parece ser su héroe; y seguramente no sabe mucho de su historia y de sus poco edificantes hazañas. Pero su figura me ha parecido un buen ejemplo de lo que la desastrosa educación que se imparte en nuestros institutos está produciendo. Este es el problema real con el que nos enfrentamos. A su lado, el asunto de las manifestaciones es sólo una broma.

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