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Francisco Cabrillo

La otra Europa

Todavía está el país lejos de alcanzar los niveles de renta y bienestar del mundo occidental. Pero los cambios que se han llevado a cabo han sido espectaculares y, si las cosas no cambian, Estonia podrá alcanzar en pocos años la renta media de la Unión.

Cuando se dice que Europa tiene serios problemas de esclerosis económica y social, se olvida, a menudo, que la Unión se ha ampliado a países que no comparten en absoluto estas características. No todas las naciones de nuestro continente son iguales, en efecto. Y son muchas las diferencias que entre ellas existen en lo que a su organización social y económica hace referencia. No tiene sentido, por ello, hablar de "un" modelo europeo, alternativo al norteamericano; y son precisamente, los nuevos miembros, en especial, los que vivieron durante más de cuarenta años bajo un régimen de tipo soviético, los más críticos del modelo socialdemócrata predominante en Europa Occidental.

Hace apenas dos semanas estuvo en Madrid, invitado por la fundación FAES, uno de los representantes más caracterizados de esta "nueva" Europa: Mart Laar, antiguo primer ministro de Estonia. Escuchar a Laar resulta reconfortante en este mundo de medias palabras y frases políticamente correctas. Como la mayor parte de sus compatriotas, Laar critica abiertamente el sistema socialista, en el que su país vivió tantos años y que tantas muertes y tanta pobreza produjo. Y defiende, de forma abierta y clara, las ventajas de la economía de mercado libre frente a la planificación.

Lo más interesante es que estas ideas no se han quedado en meros planteamientos teóricos, sino que han tomado forma en una actitud del Estado muy favorable al desarrollo del sector privado y un sistema fiscal que han convertido a Estonia en uno de los países más libres del mundo; y, seguramente por ello, en una de las naciones más prósperas de la Europa del Este. Todavía está el país lejos de alcanzar los niveles de renta y bienestar del mundo occidental. Pero los cambios que se han llevado a cabo han sido espectaculares y, si las cosas no cambian, Estonia podrá alcanzar en pocos años la renta media de la Unión.

Estonia es un pequeño país de apenas 1.350.000 habitantes que, en el Índice de Libertad Económica de la Heritage Foundation, ocupa el séptimo lugar del mundo, lo que significa que ha conseguido establecer una economía de mercado con muy pocas restricciones. Una de las reformas más interesantes que ha introducido es el impuesto sobre la renta proporcional (flat tax), con un tipo único que en 2005 pasó del 26 al 24 por ciento y que el gobierno intenta reducir este año al 20 por ciento. La idea es, sin duda, excelente. Pero no debería analizarse de forma aislada, sino como un aspecto más de una política fiscal que, de forma intencionada, se separa de la tradición de los países de Europa occidental a lo largo del último medio siglo.

Resulta muy interesante comparar esta estrategia con la que siguió España en la década de 1980, cuando nuestro país ingresó en la Unión Europea. En aquellos años los españoles hicimos en política fiscal justo lo contrario de lo que hoy se está llevando a cabo en Estonia: el gasto público y la presión fiscal crecieron mucho en un período muy corto, con el sorprendente argumento de que, si se trataba de integrarse con naciones en las que el gasto público y la presión fiscal eran muy elevados, era necesario tratar de llegar a unas cifras similares en el plazo más breve posible. En Estonia, sin embargo, han sido más inteligentes y están haciendo las cosas de otra manera, demostrando así que romper la tiranía delstatus quosocialdemócrata puede ser difícil pero, ciertamente, no es imposible.

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