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Francisco Cabrillo

San Antonino de Florencia: ni usura, ni malas mujeres

no cabe duda de que San Antonino lo vio claro: la usura es la gran ramera. Y las puertas del infierno se abrirán para cuantos la practican o con ella colaboran

Entre los pensadores escolásticos que se ocuparon de problemas económicos San Antonino de Florencia ocupa, sin duda, un lugar destacado. Nacido en Florencia en 1389, hijo de un funcionario y notario de esa ciudad, vio pronto cómo cambiaban su nombre de bautismo “Antonio”, por el de “Antonino”, debido a su pequeña estatura. Pero su carácter no era apocado, ciertamente. Pronto ingreso en la orden de los dominicos, donde desarrolló una carrera brillante, que culminó en el arzobispado de Florencia, que al parecer se resistió tanto a aceptar que el Papa tuvo prácticamente que obligarle con amenaza de excomunión incluida.
 
Florencia era en el siglo XIV uno de los centros financieros más importantes de Europa; por lo que, desde su infancia, vivió Antonino en relación estrecha con el mundo de los negocios. En teología fue discípulo de otro escolástico muy destacado, San Bernardino de Siena, que ocupa también un lugar relevante en la historia de las ideas económicas de la Baja Edad Media.
 
En la Italia de la época el problema de la usura, que en realidad respondía a la polémica sobre la licitud o no del préstamo con interés, era una cuestión que desataba auténticas pasiones. La idea era que el dinero por sí mismo nada produce (nummus non parit nummos); y un cristiano, por tanto, no podía cobrar interés por prestarlo. Con el tiempo se irían imponiendo soluciones del estilo de considerar el pago de intereses como algo similar a la remuneración de un trabajo o como compensación al lucro cesante del prestamista. Pero, durante mucho tiempo, aquellos primitivos banqueros bordearon las penas del infierno por prestar dinero con interés. Y San Bernardino se encontraba entre aquellos que se mostraban especialmente radicales contra los usureros. Estas son sus propias palabras: “Todos los santos y ángeles del paraíso gritan contra el usurero: “Al infierno, al infierno! ¡Al infierno con él!”. También los cielos, con sus estrellas, gritan: ¡Al fuego, al fuego! ¡Al fuego eterno con él!” Y hasta los planetas claman: “A las profundidades, al abismo! ¡A lo más profundo con él!”
 
Tampoco Antonino tenía la menor duda sobre la perversidad intrínseca de la usura. Y no dudó en relacionarla con la otra maldad que amenazaba al mundo: el pecado de la concupiscencia. Muy preocupado por lo que consideraba una auténtica crisis de principios morales en la Florencia de su tiempo, atacó sin compasión a cuantos artistas se dedicaban a reflejar en sus obras temas profanos. Y pensaba que algunos pintores retrataban a mujeres desnudas no por la búsqueda de la belleza (el primer Renacimiento estaba demasiado cerca de la Italia de la época para criticar la belleza como valor en sí mismo), sino porque su objetivo era “despertar movimientos libidinosos”. Y su censura moral llegó también a la música profana, de la que, en su opinión, el pecado no estaba lejos. No es extraño, por tanto, que los arreglos femeninos despertaran en él auténtica ira y que dedicara a las mujeres de su época un opúsculo titulado “De ornate mulierum”, en el que criticaba con dureza los afeites y adornos de todo tipo utilizados por el sexo débil en aquellos años.
 
Usura y pecados contra la carne. ¡He aquí los males del mundo de la época!, en opinión de San Antonino! ¿Cómo no iba a existir una relación entre ambos? Y la conexión la encontró nuestro personaje en un conocido texto del Apocalipsis. Escribe San Juan, al comienzo del capítulo 17: “Y vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas y habló conmigo diciéndome: Ven acá y te mostraré la condenación de la gran ramera, la cual está sentada sobre muchas aguas, con la cual han fornicado los reyes de la tierra...y en su frente un nombre escrito: Misterio, Babilonia la Grande, la madre de las fornicaciones y las abominaciones de la tierra”. A primera vista, la conexión entre ambos pecados no resulta explícita. Pero no cabe duda de que San Antonino lo vio claro: la usura es la gran ramera. Y las puertas del infierno se abrirán para cuantos la practican o con ella colaboran.
 
La idea de enviar a los usureros al infierno no era, desde luego, original en la época. Ya hemos visto lo que su maestro había escrito sobre el tema. Y hay que recordar que el propio Dante, un siglo antes, los había situado en el infierno, con una llamativa bolsa colgando de sus cuellos. Pero la relación entre la usura y la gran ramera no deja de resultar fascinante. O, al menos, a mí me lo parece.

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