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Francisco Cabrillo

Trinidad Jiménez se fue a Berlín

En el avión que me trae de regreso desde Berlín, leo en un periódico español que la candidata socialista a la alcaldía de Madrid y yo hemos coincidido estos días en la capital de Alemania. No hemos estado en los mismos sitios, ciertamente, ni nos hemos visto en ninguna parte, porque ni a mí se me ha ocurrido pasarme por el ayuntamiento, ni Trinidad Jiménez ha asistido a la reunión del Grupo Constitucional Europeo que hemos celebrado esta semana. Y siento esta falta de coincidencia, ya que me habría gustado conocerla, aunque sólo fuera porque esta chica está llevando con mucho entusiasmo una campaña electoral que, de momento, no parece tener grandes probabilidades de éxito. Comprendería bien, sin embargo, que este interés no fuera compartido, porque yo sólo podría aportarle un voto y porque estoy seguro de que habrá encontrado tipos mucho más guapos y simpáticos que yo para visitar la ciudad, y tomarse un buen codillo con una jarra de cerveza, como mandan los cánones.

Parece que Trinidad ha vuelto de Berlín fascinada por la ciudad y está dispuesta a tomarla como modelo para sus propuestas de reforma de la administración municipal de Madrid. Tal fascinación no me sorprende. La capital de Alemania ha experimentado en los últimos años una transformación radical que ha convertido los barrios tristes de la ciudad socialista en calles animadas, con arquitectura renovadora de gran calidad y unos comercios muy atractivos. Si a esto añadimos sus magníficos museos y sus teatros de ópera y auditorios de conciertos, no cabe duda de que el viaje merece la pena. Y si nuestra candidata hubiera escogido mejor las fechas y, en lugar de soportar el frío infame que hemos padecido estos días, hubiera visitado la ciudad con mejor clima, no me cabe duda de que su experiencia habría sido aún más gratificante.

Pero temo que, en su entusiasmo por Berlín, Trinidad Jiménez peque de ingenua. Es seguro que le han enseñado cosas muy interesantes; pero parece que no se ha enterado de los problemas, que, por cierto, no son menores. Como todo el mundo sabe en Alemania, la reconstrucción de Berlín y su envidiable vida cultural están siendo pagados por los contribuyentes de la antigua República Federal Alemana. Sin los enormes subsidios que la ciudad recibe, gran parte de las cosas que le han gustado a Trinidad –como, por ejemplo, el buen transporte público del que hoy disfrutan los berlineses– serían insostenibles. El traslado del gobierno de Bonn a Berlín ha supuesto una fuerte inyección de fondos: Pero esto no ha sido suficiente para financiar el actual nivel de vida de sus ciudadanos; y el habitante de Berlín recibe en forma de gasto público mucho más de lo que aporta al Estado como impuestos.

La industria berlinesa, por otra parte, no acaba de levantar cabeza; y los länder vecinos tienen tasas de paro muy elevadas que, en algunos casos, llegan al 18% de su población activa. Desde el punto de vista de la economía, Madrid es hoy una ciudad más dinámica que Berlín. Los hechos están mostrando a los alemanes que cuarenta años de socialismo no se borran de un día para otro, ni siquiera con los ingentes recursos que el Oeste ha transferido –y está transfiriendo– a los territorios que, en su día, formaron la República Democrática Alemana.

La ventajosa posición de Berlín en el reparto de fondos públicos no es, desde luego, un fenómeno nuevo. Ya antes de la reunificación, los habitantes de Berlín-Oeste recibían mucho dinero, porque a la República Federal le interesaba mantener pujante una isla de libertad en medio de la Europa socialista. Y la República Democrática, por su parte, invertía mucho en su zona porque quería presentar la ciudad como un modelo y hacer que las diferencias de nivel de vida con el Oeste, que eran enormes, no resultaran, al menos, escandalosas. En pocas, palabras, desde hace más de medio siglo, la ciudad vive de la subvención; y me sorprende, por ello, que alguien pueda tomarla como modelo para una capital como Madrid. No necesito decir que, como a nuestra Trinidad, a mí Berlín también me gusta mucho. Pero ni siquiera en Alemania es oro todo lo que reluce.

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