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Francisco Capella

Adiós a la mili

Se acabó el servicio militar obligatorio. Por fin ha desaparecido una de las grandes agresiones colectivistas a la libertad humana, una forma institucionalizada de secuestro, adoctrinamiento y esclavitud en nombre de la patria. Terminó la discriminación sistemática entre hombres y mujeres, por la cual pocas mujeres protestaban a pesar de su evidente falta de igualitarismo.

Ya no es posible maquillar de esta forma las cifras del paro. No más cohesión social mediante la convivencia forzosa. No más disciplina y obediencia ciega contra individualidad, creatividad e inteligencia racional. Adiós a la sofisticada palabrería de sesudos constitucionalistas intentado inútilmente cuadrar el círculo de la incompatibilidad que implica afirmar que defender a la patria es un derecho y un deber. Si algo es un derecho, se puede renunciar a ello (puede hacerse si uno quiere, puede no hacerse si uno no quiere); si algo es un deber, no se puede renunciar a ello (debe hacerse, quiérase o no). Y si ese artículo de la Constitución sigue vigente, ¿cómo es que su concreción legal es ahora tan diferente? Misterios de la hermenéutica jurídica.

Se ha puesto punto final a la heroica forma de desobediencia civil conocida como insumisión, la cual era a menudo y de forma extraña protagonizada por comunistas inconsecuentes que obviamente no entienden lo que es e implica el comunismo. Se acabó la astuta picaresca para librarse de la mili o conseguir un destino cómodo recurriendo a un amigo médico o mando militar, o utilizando supuestos problemas de salud que nunca han sido obstáculo para la realización de todo tipo de actividades físicas y deportivas por los reclutas dados de baja, o inventándose alguna objeción de conciencia completamente imposible de comprobar. No es que me pareciera mal, sólo lamento no haberme unido a ella en su momento.

Además de la presunta necesidad del servicio de armas, los defensores del servicio militar obligatorio señalan su utilidad para hacer amigos y conocer ciudadanos de otros lugares y niveles sociales, como escuela de alfabetización y de formación personal, cultural y profesional, y para salvar a pobres hijos de campesinos del atraso del mundo rural. Pero si estos servicios eran tan estupendos, ¿qué necesidad había de coaccionar a la gente para que los aceptara? ¿No existen ya los clubes, las academias, las agencias de viajes, las fundaciones caritativas? ¿Y qué pasa con los que no los necesitaban en absoluto o tenían algo mejor que hacer con sus vidas?

Los gobernantes y legisladores, normalmente adultos o ancianos que obligaban a otros adolescentes o jóvenes a jugarse el pellejo y servir de carne de cañón barata, han decidido que es políticamente rentable para sus expectativas electorales profesionalizar las fuerzas armadas. A partir de ahora el que participe en el ejército español lo hará por su propia voluntad. Tal vez algún día los presuntos beneficiarios tengamos también opción de darnos de baja.

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