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Francisco Pérez Abellán

Confianza

El timo llega siempre por la confianza.

El timo llega siempre por la confianza. Unida la del timador a la de la víctima. Una alta empleada de banca ha robado presuntamente un millón trescientos mil euros, en dólares, a un cliente. Ha sucedido en Almoradí, Alicante, y el cliente es un octogenario ruso. Hay que tener muchos dólares para que no se note una sustracción de tanto volumen en tu cuenta de ahorro. Pero lo sorprendente es que la bancaria podría haber estado robando durante los últimos veinticinco años al mismo cliente, y eso ya es mucha confianza.

Cuando lo de las preferentes, que nadie debe olvidar, los directores de sucursal llamaban constantemente a los usuarios, y también otros empleados de confianza. Mi suerte y la de otros es haber sido siempre grandes desconfiados. Y dejar para mañana lo que no entiendo hoy.

No creo en los beneficios fáciles, las gangas, los chollos. No creo en la gente demasiado amable. No creo en la gente amable en distintos idiomas. Anita, la Bancaria, es precisamente
una mujer que habla y chapurrea varias lenguas. En todas ellas supuestamente encantaba a sus clientes en esa banca de proximidad que tanto aprecian los pudientes.

La estafa al anciano es un clásico, y por eso éste es objetivo para el tocomocho, la estampita y el timo de las borregas. El octogenario ruso presuntamente estafado se dejaba mecer por los cantos de sirena de la empleada modelo, a la que todos querían a rabiar, y envidiaban su casa, su marido constructor y sus viajes por Asia remota. En España las leyes favorecen la impostura, de modo que puedes tener periodistas que dicen que tienen dos carreras cuando no tienen ninguna, políticos que rellenan su currículum sin que nadie pueda verificarlo y hasta un director de la Guardia Civil que decía que era ingeniero. Así que nadie pudo averiguar que vivía por encima de sus posibilidades, su marido estaba en el paro y los viajes transoceánicos los hacía con lo que sisaba en el banco. Pero un día, después de veinticinco años de confianza, el ruso, que no el banco, descubre que a lo peor Anita la Fantástica estaba haciendo suya la cuenta del cliente. Vaya pastel, vaya empleada y vaya banco. Si al cliente le hubiera dado un mal aire antes que un mal olor bancario, a Anita que le echen los galgos. Afortunadamente el cliente es fuerte como un toro de Osborne o un mujik de Dostoievsky. Y un día, a fuerza de empalago de tantos dulces holandeses, dio por recontar sus haberes descubriendo que le faltaba una cifra millonaria, mientras que la maga de las finanzas se iba al Vietnam a ver lo que habían dejado allí los norteamericanos.

Como ya no hay periodistas de sucesos, no sabemos por qué se mosqueó el ruso, pero lo seguro es que quería llevarse la cuenta del banco porque ya no le convencían palabras blandas. Denunció a la que cree amiga de su dinero. Ahora que los carmenos han convertido Madrid en Clochemerle y lo afean con esos horribles urinarios solo de verga, que han distribuido por el centro, transmitiendo la falsa idea de que las mujeres no necesitan aliviarse, si le llaman del banco piénselo dos veces. Y a la gente empalagosa hágale un escrutinio en las redes sociales. Por cierto, que a Anita, la Presunta, se lo perdonaban todo porque tiene un gusto horrible para vestirse.

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