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Francisco Pérez Abellán

El jurado dijo no

Con todos los respetos, a mí no me gustan los juicios con jurado. Ni me gusta el jurado.

Con todos los respetos, a mí no me gustan los juicios con jurado. Ni me gusta el jurado. Ya saben que prefiero, si tengo que sacarme una muela, que lo haga un dentista en vez de una asamblea de mi escalera. Los miembros del jurado que juzgaron al falso monje shaolín, Juan Carlos Aguilar, un tipo bajito, acomplejado y violento, culpable de haber asesinado a dos mujeres al estilo de los depredadores sexuales, tras someterlas a cautiverio, torturas y abusos de todo tipo, han negado que diera muerte con saña, lo que para mí es simplemente negar la evidencia.

Nuestras leyes obsoletas han dejado coja la definición de asesinato, que antes estaba divinamente con la cualificación de premeditación; anda reducido ahora a la alevosía, que es algo así como un efluvio de margaritas. ¿Quién sabe lo que es la alevosía? ¿En qué consiste? Se trata de un término impreciso que define lo que hace el asesino que pone todos los medios para matar sin ponerse en riesgo y sin que el otro pueda defenderse. Puede tomarse por lo poético, como hace Luis Eduardo Aute cuando escribe esa hermosa canción: "Te quiero con alevosía".

Frente a la alevosía, que debo aclarar que como complemento no me parece del todo mal, aunque como elemento principal me chirría, la planificación minuciosa de la premeditación me parece certera y exacta como cualificación del asesinato. Tal vez por eso "el legislador", que ya saben que es un colectivo de políticos, lo ha quitado del Código Penal.

De modo que en España, donde si a la gente le preguntas sin coacción te dice que no quiere formar parte de un jurado, o sea que lo hacen solo porque les obliga la ley, tal vez por el "no juzgues y no serás juzgado", el jurado es una selección de probos vecinos bienintencionados que pueden caer por la confusión de la alevosía en la incongruencia. Un individuo que capturó a una mujer en la calle, la arrastró al gimnasio en el que cometía sus fechorías, le puso una gruesa brida alrededor del cuello y una cinta de embalar y una larga cuerda, la ató de pies y manos, la golpeó, le hizo cortes, la obligó a presenciar sus manipulaciones al cadáver de la otra mujer que había matado y desmembrado con anterioridad –los abogados hablan de ensañamiento psicológico–, la volvió a golpear durante horas, hizo el tira y afloja de los mitos sexuales con su garganta; ese individuo, según los jueces legos que le juzgaron, no infligió sufrimiento inhumano ni excesivo.

Tras la confesión del inculpado, el juicio contra este tipo bajito y mortífero, con labia suficiente para fascinar a toda una generación de primos con las falsas enseñanzas del shaolín, pues se ha sabido que no estuvo en el templo mítico de los monjes chinos de Henán, sino en una instalación oportunista que el propio Gobierno hizo clonar a su lado con un diploma que regala el billete turístico, se ha basado en discutir si hubo ensañamiento en sus dos crímenes demostrados.

Al principio de la vista oral, Juan Carlos Aguilar, que se ha pasado el juicio haciendo teatro como pasmarote con los ojos cerrados, simulando como si meditara ante los que estaban juzgándole, con lo que en realidad pretendía un cierto desprecio, admitió en un escrito que había asesinado pero sin ensañarse. ¿Cuál es la diferencia? La diferencia es de cinco años de condena. Ahora es probable que sólo cumpla 25, y sin embargo con ensañamiento se habría llegado al máximo de 30, eso sin el descuento de la aritmética penitenciaria. El falso shaolín hasta trató de engañar diciendo que sufría un tumor en la cabeza que resultó más falso que su pose de monje que obedece el mandato del budismo de no violencia y alimentación vegetal, es en cambio un auténtico depredador de carne humana. Aunque me dicen que en la cárcel se anda con temor y mucho cuidado porque allí hasta le han dado ya una mojada (puñalada), dado que no tienen las tragaderas para sus mentiras que demuestran los de fuera.

En España

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