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Franklin López Buenaño

La antipatía al empresario

Es lógico que la animosidad hacia la actividad emprendedora y hacia "el afán de lucro" obstaculice el desarrollo y por tanto es importante reflexionar quiénes o por qué se infunden estos valores.

No es nada nuevo que uno de los sentimientos que prevalece en nuestros países es la antipatía al empresario. Tiene fundamentos ideológicos desprendidos de la teoría de la explotación del proletariado de Karl Marx y de la teoría de la dependencia de Raúl Prebisch. Lo curioso es que, aunque ambas teorías han sido desechadas al comprobarse su falsedad, continúa para algunos la certeza y para otros al menos la sospecha de que "el que hace fortuna" lo ha hecho a costa de empobrecer a otros.

Luego de algunos meses de regresar al Ecuador y estar en contacto con gente joven, constato con pesar y temor la ubicuidad de la antipatía al empresario y ese sentimiento de rechazo parece que se inculca desde edad muy temprana. Es lógico que la animosidad hacia la actividad emprendedora y hacia "el afán de lucro" obstaculice el desarrollo y por tanto es importante reflexionar quiénes o por qué se infunden estos valores.

Está claro que ciertas prácticas empresariales son el resultado de incentivos perversos. El proteccionismo arancelario estimula el contrabando, la alta carga tributaria conlleva la evasión, la tramitología y el exceso de regulaciones conducen a la informalidad. El soborno en muchos casos es un instrumento obligado para poder llevar a cabo un negocio. En un país como Ecuador donde el sector público tiene injerencia en más del 60% y tal vez el 70% del Producto Interno Bruto, la frase "se crean dificultades para vender facilidades" es un modus vivendi. En este tipo de economía, el enriquecimiento ilícito y por ende el rechazo al "nuevo" rico tiene mucho sentido.

Tampoco se debe descartar que hay empresarios que aprovechan la falta de competencia y de libertades económicas para ofrecer productos de baja o mala calidad a precios altos y para pagar salarios inferiores a la productividad de los obreros empleados. La discriminación de precios, una práctica legítima en una economía de mercado, puede resultar una torpeza económica. Por ejemplo, los hoteles y las agencias de viajes cobran tarifas más altas a los extranjeros que a los nacionales. Quienes actúan de esta manera parecen no caer en cuenta que a la larga ellos mismos se perjudican.

Los banqueros también tienen bien ganado el rechazo de muchos empresarios por sus prácticas mercantilistas y operaciones financieras de dudosa legalidad. Además, la crisis bancaria ecuatoriana de 1999 reveló las prácticas turbias de muchos financistas y banqueros de muy poca honestidad, lo cual dejó un mal sabor en la boca en lo que respecta a la actividad financiera.

El problema es que se vuelve difícil identificar cuándo una actividad es legítimamente emprendedora y cuando no. La situación se empeora cuando agentes y organizaciones que deberían ser los encargados de hacer esta identificación, como la Iglesia Católica, relegan el mandamiento de no codiciar los bienes ajenos a un segundo plano y ponen énfasis en la muy mentada "justicia social" y en políticas redistributivas que agravan y profundizan la antipatía al empresario.

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