No porque en Trafalgar fue la derrota;
no porque fue en Lepanto el vencimiento;
no porque enarbolándola me siento,
sin asomo fanático, patriota.
No por la larga historia que denota;
no por verla agitarse con el viento;
no por ser el símbolico ornamento
de una nación que ya está casi rota.
No porque cuando ondea en tierra extraña
puedo soltar suspiros, ay, de España
y nostálgicamente me conturbo.
Todo se va acabar, y a la bandera
la única función que ya le espera
es la de emblema típico del furbo.