No sé por qué, Caldera, te dirijo
el dardo de mis versos pocas veces,
cuando evidentemente te mereces
ser blanco habitual y cliente fijo.
No sé por qué, Caldera, no te elijo
para trovar de ti, porque, con creces,
eres quien dice más gilipolleces
de este Gobierno cursi y progre-pijo.
No sé por qué le lanzo a todo el mundo
mi venablo satírico y jocundo
y el caso es que contigo no me meto...
No sé por qué razón; pero tú insiste,
y no te desesperes ni estés triste,
que ya tendrás, Caldera, tu soneto.