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Fundación Heritage

Blair no debe traicionar a Gran Bretaña por Europa

Blair debe insistir en que se le dé al electorado británico la opinión decisiva sobre si la nueva constitución debe adoptarse y prometer un voto público antes de que haya cualquier acuerdo.

Nile Gardiner

El primer ministro británico Tony Blair merece mucho reconocimiento por su liderazgo en la guerra contra el terror, al igual que por su firme apoyo a Estados Unidos en los tenebrosos días que se sucedieron después de los ataques de 11-S. Desempeñó un papel clave en la liberación de Afganistán e Irak y en la actualidad, más de 12.000 tropas británicas están luchando en estos cruciales teatros de operaciones. El hecho de que decenas de millones de afganos e iraquíes ya no tengan que sufrir el salvajismo medieval de los talibanes o la opresión brutal de Sadam Hussein con sus matones y asesinos baasistas es debido a la valentía de los soldados norteamericanos y británicos que han luchado para que esos millones de personas tengan libertad.

Blair debería ser visto como ese político fuera de lo común que sacrificó la popularidad en nombre de los principios en la lucha global contra el terrorismo. Descolló por encima de sus contemporáneos más cercanos en la escena internacional, como el canciller alemán Gerhard Schröder y el presidente francés Jacques Chirac, que apenas levantaron un dedo para ayudar a Estados Unidos y para los cuales la alianza transatlántica era una pieza de museo con un valor meramente sentimental.

No obstante, su dirección en otras áreas clave fue con suma frecuencia débil y equivocada, incluyendo la política británica hacia la Unión Europea. Blair fracasó de manera significativa en la defensa de los intereses británicos en Europa durante sus años como primer ministro y bajo su mando la soberanía nacional británica se vio aún más erosionada dentro de la Unión Europea. A lo largo de su mandato, Blair fue un infatigable partidario de una mayor integración en Europa, respaldando tanto la moneda única europea como la Constitución Europea original. Afortunadamente, la enorme oposición de la opinión pública británica convenció a Blair de quedarse con la libra esterlina y la Constitución fue rechazada por los electorados francés y holandés.

En vez de enfrentarse a la UE, Blair se vio a menudo arrollado por la apisonadora europea. Fracasó en su intento de hacerle frente al acoso francés sobre la política agrícola común (PAC), el tinglado proteccionista más grande del mundo que acapara un colosal 40% del presupuesto total de 123.000 millones de euros de la Unión Europea. Los agricultores franceses reciben alrededor de una cuarta parte de los subsidios agrícolas de la Unión Europea; en total se llevaron 150.000 millones entre 1994 y 2003. No hay señales de que el PAC vaya a desaparecer en breve, y durante la última década Blair apenas logró hacerle mella. Mientras tanto, según el Centro británico de investigaciones Global Vision, las contribuciones netas de Gran Bretaña al presupuesto de la Unión Europea se duplicarán hasta llegar a los 12.800 millones de dólares en 2011. Lo que Gran Bretaña obtiene a cambio de ese inmenso desembolso, aparte del papeleo y la interferencia burocrática, es difícil de descifrar.

Bajo el mando de Blair, se hicieron importantes concesiones en política de defensa y soberanía legal. En 1998, la administración Blair insertó la Convención Europea sobre Derechos Humanos en la ley británica a través de la Ley de Derechos Humanos, menoscabando así gravemente la capacidad británica a largo plazo para combatir el terrorismo y extremismo islámicos. El mismo año, Blair firmó la declaración de Saint-Malo con Francia, algo que abrió el camino para el apoyo británico a un ejército de la Unión Europea que pudiera operar, si fuese necesario, fuera del marco de la OTAN. Londres y París acordaron que la Unión Europea "debe tener la capacidad de acción autónoma, respaldada por fuerzas militares dignas de crédito, los medios para decidir usarlas y la disponibilidad para hacerlo y así responder a crisis internacionales". La Política Europea de Seguridad y Defensa (PESD/ESDP en inglés) presenta una amenaza fundamental no sólo para el futuro de la OTAN sino también para la especial relación anglo-americana, que finalmente se vería marginada por ésta.

La semana próxima, Blair viajará a su última cumbre de la Unión Europea en Bruselas antes de entregar las riendas del poder a su canciller Gordon Brown el 27 de junio. En la cumbre, Blair hará frente a la intensa presión de Francia y Alemania para que Gran Bretaña firme un nuevo "tratado" europeo, en efecto, una constitución europea levemente revisada, sólo que esta vez no habrá ninguna necesidad, de acuerdo a las élites que gobiernan Europa, de celebrar inconvenientes referéndums nacionales que puedan hacerlo descarrilar. Cuando se ve enfrentada a la oposición popular y democrática, la típica solución de Europa es evadir esa oposición y forzar el cambio por la puerta trasera, sin consulta pública.

Si Blair comprometiera a Gran Bretaña en este nuevo tratado sin la promesa de un referéndum sobre el tema, cometería una enorme traición a los intereses británicos; además, sería una colosal bofetada en la cara para la opinión pública británica, que se opone de forma aplastante a una mayor integración política en Europa. En realidad, la resucitada constitución propuesta es poco más que el modelo para un superestado federal europeo, con un ministro de Asuntos Exteriores europeo, una carta de derechos fundamentales y la imposición del derecho penal europeo en toda la Unión a través de un sistema de votación de mayoría cualificada.

Blair debe demostrar algo de temple haciendo frente al tratado europeo propuesto. Necesita mostrar la misma clase de valentía y liderazgo políticos que mostró tan competentemente tras los atentados del 11-S y en su decisión para apoyar la liberación de Afganistán e Irak. Blair se enfrentó a París y a Berlín entonces y hace falta que lo haga ahora. Debe insistir en que se le dé al electorado británico la opinión decisiva sobre si la nueva constitución debe adoptarse y prometer un voto público antes de que haya cualquier acuerdo. Si no lo hace, terminará vendiendo la soberanía británica por el iluso sueño de la "unidad" en Europa y destruyendo su propio lugar en la historia.

©2007 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg

Nile Gardiner es doctor en Filosofía y miembro del Centro Margaret Thatcher por la Libertad, una división de la Fundación Heritage.

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