Menú
Fundación Heritage

Bush y su programa para extender la libertad

Puede que la historia sea más benévola con el presidente que lo que llevan siendo desde hace algún tiempo los comentarios de sus contemporáneos.

Helle Dale

No fue exactamente un discurso de despedida, pero aún así había una sensación como de estar pasando el testigo en el discurso sobre el Estado de la Nación del presidente Bush la noche del lunes pasado. Tras ocho años, era la última vez que Bush se dirigía al Congreso de Estados Unidos y quizás por esa razón el ambiente era más amable y el aplauso bipartito más generoso de lo que ha sido en años recientes. Uno no podía evitar preguntarse quién será la persona que el año próximo esté en ese podio.

Las cámaras de televisión que tomaban vistas panorámicas del evento no pudieron resistir la tentación de detenerse a enfocar a los candidatos presidenciales. Se sintieron especialmente atraídas hacia el senador Barack Obama, que estaba sentado junto al senador Edward Kennedy y acababa de recibir su respaldo político. Los dos estaban de cháchara como un par de estrechos aliados. Mientras tanto, la senadora Hillary Rodham Clinton, enfundada en un atrayente traje color rojo, lucía una fina sonrisilla y aplaudía con desgana cuando parecía imposible evitarlo.

El discurso en sí mismo no fue una de esas alocuciones que hemos visto en el pasado pero era el compromiso de acabar asuntos inconclusos. Lo que debería ser fundamental es que el presidente resista la tentación de extralimitarse en aras de construir su propio legado o firmar envenenados convenios legislativos en el último minuto y con los que el siguiente presidente tendrá que lidiar.

En política exterior, Bush tenía muchas buenas cosas que decir y algunas que sin duda resultarán estar fuera de su alcance. La conclusión de la Ronda de Doha de la Organización Mundial de Comercio (OMC) este año probablemente requeriría nada más y nada menos que un milagro. Los acuerdos de libre comercio con Colombia, Panamá y Corea del Sur simplemente requerirían una coalición entre congresistas republicanos y demócratas pro libre comercio, aunque, naturalmente, conseguirlo podría ser igual de difícil.

No obstante, está en el interés de Estados Unidos cerrar esos tratos, no sólo para alcanzar esos mercados con acceso libre de aranceles a 100 millones de nuevos consumidores, sino que, como el presidente indicó, "si fallamos, envalentonaremos a quienes proveen un falso populismo". Para mitigar las consecuencias de la globalización para el movimiento obrero, Bush prometió la renovación de la Ley de ayuda a los ajustes comerciales, algo que arrancó un aplauso demócrata mucho más grande que cualquier otra referencia al comercio.

El presidente tenía muchas cosas buenas que decir en materia de seguridad energética. Su compromiso para reducir nuestra dependencia del petróleo estuvo acompañado por un compromiso con nuevas tecnologías de fuentes limpias de energía, por lo que retó al Congreso a doblar la financiación para la investigación. También dejó muy claro que cualquier nuevo acuerdo internacional respecto a las emisiones de gases invernadero debe incluir a las principales economías de todo el mundo, sin dar a China y a India un pase libre como se hizo en el Protocolo de Kyoto.

Bush no olvidó completamente su programa de extender la libertad, pero no sonó como en el pasado, cuando era una visionaria llamada a la acción. Su empeño ha tropezado con algunas duras realidades, especialmente en Oriente Próximo. Sin embargo, sí le recordó al Congreso que la lucha contra el terrorismo será la "lucha definitoria del siglo XXI" y que es una lucha en la que no estamos solos. Incluso consiguió una bipartita salva de aplausos al prometer "estar a la ofensiva contra nuestros enemigos y repartir justicia". En la sección "tomará-como-mínimo-un-milagro", Bush prometió que "habrá un estado palestino" antes de fin de este año. Dijo que los líderes de ambos lados reconocen la importancia de la paz. Esto puede ser verdad, pero otros líderes, como Hamás y sus partidarios en Irán, la importancia que reconocen es la de mantener la caldera terrorista en ebullición.

No obstante, es verdad que el progreso en Irak tendrá un impacto crucial en cómo se desarrolla Oriente Próximo en los años venideros. Un Irak pacífico y estable será de hecho un amigo de Estados Unidos, mientras que un Irak hundido y convertido en base para terroristas será un desastre para toda la región.

Bush pasó una buena parte de su tiempo describiendo la evolución de la situación en Irak y los prometedores progresos que han tenido lugar. En cooperación con el gobierno iraquí, el aumento de tropas está funcionando y lo está haciendo tan bien que el presidente pudo prometer que habrá una retirada de 20.000 tropas el año próximo.

"Algunos pueden negar que el aumento de tropas esté funcionando – dijo el presidente –, pero entre los terroristas no hay ninguna duda." Irak y la lucha contra el terrorismo será para bien o para mal –espero que para bien– el legado principal de esta administración Bush. Tal como se ve ahora, puede que la historia sea más benévola con el presidente que lo que llevan siendo desde hace algún tiempo los comentarios de sus contemporáneos.

©2008 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg

Helle Dale es directora del Centro Douglas y Sarah Allison para Estudios de Asuntos Exteriores y de Defensa de la Fundación Heritage. Sus artículos se pueden leer en el Wall Street Journal, Washington Times, Policy Review y The Weekly Standard. Además, es comentarista de política nacional e internacional en CNN, MSNBC, Fox News y la BBC.

En Internacional

    0
    comentarios