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EEUU en la era Obama: ¿superpotencia o felpudo?

“Vale más ser amado que temido” ha sido siempre el modus operandi preferido del presidente. Por desgracia, su discurso ante la Asamblea General de la ONU fue un fracaso en ambos aspectos la semana pasada.

A veces tenemos la evidencia frente a nuestras narices y hace falta querer estar ciego para no verla. El ataque de septiembre contra la embajada de Estados Unidos en Kabul el 13 de septiembre, que ahora se ha vinculado a agentes del servicio secreto pakistaní, es sin duda un buen ejemplo de ello.

Sufrir un ataque a manos de terroristas apoyados por alguien que supuestamente es un aliado es haber tocado fondo. Como Lisa Curtis, de Heritage, correctamente enfatiza, la administración Obama tiene que dejar absolutamente claro que eso ha marcado un cambio en las reglas del juego de las relaciones entre Pakistán y Estados Unidos. Si no es así, nuestro gran país será percibido como un actor cada vez más débil ante el público extranjero.

Desafortunadamente, este es solo uno en una larga serie de insultos y desaires de extranjeros que la Casa Blanca de Obama parece haberse acostumbrado a recibir. "Vale más ser amado que temido" ha sido siempre el modus operandi preferido del presidente. Por desgracia, su discurso ante la Asamblea General de la ONU fue un fracaso en ambos aspectos la semana pasada.

Tan poco respeto despierta el presidente de Estados Unidos ahora que no hubo forma de disuadir a los palestinos para que abandonaran su táctica en la ONU. No suficiente con eso, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, no tuvo problema alguno en declarar su rotundo rechazo a la posición americana contra el reconocimiento en la ONU de un Estado palestino, y todo ello sucedió solo cuatro discursos después de que el presidente Obama hubiera hablado desde ese mismo podio. Este desaire habría sido inconcebible hace apenas unos años.

Y si de amor se trata, bueno, aquí tiene lo que el exvocero del Departamento de Estado P.J. Crowley escribió el lunes en la web de la BBC sobre la política para Medio Oriente de la administración Obama: "El fracaso fue llegar a Nueva York, en medio de un cambio histórico y transformativo, para abordar la solicitud palestina para ser Estado y no tener nada más que ofrecer que una amenaza de veto".

Y Crowley amargamente comentaba sobre el discurso de Obama en El Cairo, tocando un punto contra el que Hillary Clinton había arremetido durante la campaña de las primarias demócratas: "Esta es una prueba. La paz es difícil. Pero si la única respuesta es un veto, entonces lo de El Cairo ya no representa la política de Estados Unidos. Era solo un discurso".

Lamentablemente, el "Era solo un discurso" es aplicable a la mayor parte de las iniciativas diplomáticas del gobierno de Obama y que se remonta al desafortunado intento en los primeros meses de la presidencia Obama de conseguir traer los Juegos Olímpicos de 2012 a Chicago, su ciudad natal. Prácticamente en un arranque, sin preparación adecuada, el presidente y la primera dama de Estados Unidos se subieron a un avión para hacer una visita relámpago a Copenhague donde el Comité Olímpico se reunía. A pesar del ampliamente admirado discurso del presidente, Chicago ni siquiera llegó a la ronda final de los aspirantes. El ganador final fue Londres, cuyos funcionarios habían estado preparando el caso desde hacía años. El desaire que sufrió el presidente de Estados Unidos era tan predecible como autoinfligido. Y fue el presagio de desaires por venir.

Será el trabajo duro pero necesario del próximo presidente de Estados Unidos —sea quien sea— restaurar el prestigio y la credibilidad internacional de Estados Unidos. Mantener la fuerza militar de la nación, reforzar su diplomacia internacional y usar la diplomacia pública para recordar al mundo los logros y la influencia de Estados Unidos deben ser parte de esa tarea.

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