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Fundación Heritage

El dilema de Uzbekistán

Uzbekistán está en el filo de la navaja. Está estrategicamente ubicada en un área que sabe mucho de baños de sangre y muy poquito, si es que nada, de democracia

Ariel Cohen

Andiyán, caldo de cultivo del extremismo islámico en el paupérrimo y sobrepoblado Valle de Fergana se ha levantado en armas y Akramia, un grupo islámico presuntamente radical, parece estar detrás de todo esto. De acuerdo a algunos informes poco precisos de los medios, entre 9 y 30 personas han muerto y muchos otros han resultado heridos. El gobierno y los rebeldes parecen están bastante igualados lo que puede llevar a un prolongado conflicto. Los observadores occidentales deberían tener cuidado en no equivocarse pensando que ésta es una de esas revoluciones “multicolor” que han ocurrido de Belgrado a Bishkek en los últimos tres años. El desafío primordial para los uzbekos y Estados Unidos es seguir el camino de la reforma política sin permitir que los islamistas se hagan con el poder. Uzbekistán, sus vecinos y los poderes mundiales necesitan encontrar una salida a esta crisis; y rapidamente.
 
Akramia lleva ese nombre en honor a su fundador, Akram Yuldashev, quien ha salido y entrado de diferentes cárceles (todo inventado segun su grupo). No es muy claro exactamente lo extremista que es realmente esa organización, los informes varían. La evidencia pública de sus actividades terroristas es escasa. Sin embargo, la reciente operación en Andiyán que incluía la captura de una base militar y desarmar a un contingente de tropas gubernamentales parece haber estado muy bien planificado y ejecutado sin tener ninguna consideración por las víctimas civiles. La amenaza del islamismo radical en Asia Central, especialmente en el empobrecido y radicalizado Valle de Fergana que se extiende entre Uzbekistán y Kirguistán, es importante y creciente.
 
El movimiento islámico de Uzbekistán (IMU) tiene conexiones con Al Qaeda y dirigió los ataques terroristas en los años 90. Sufrió derrotas peleando al lado de Bin Laden en Afganistán y mataron a su líder Juma Namangani. Otro líder, Tahir Yuldashev, sobrevivió y ahora se esconde en Pakistán.
 
Otro personaje clave puede ser el radical partido islámico, clandestino y global, Hizb ut-Tahrir al Islami (Partido de la liberación islámica), que está reclutando militantes por miles. La meta de Hizb es la creación de un Califato mundial, una dictadura militar fundada en la ley de la Sharía y la guerra santa o yihad contra la Tierra de la Espada, o sea Occidente.
 
Asia Central, de acuerdo a Hizb, está madura para una revolución islámica por culpa de los regímenes “infieles” y la presencia americana por la guerra en Afganistán. La región, con recursos naturales como sus minas de uranio, es un excelente sitio para la yihad global. Hizb ha declarado que la democracia es antiislámica pero que seguramente tomará parte en cualquier levantamiento popular.
 
Si el presidente Islam Karímov, laico líder autoritario de la época soviética, no negocia con los laicos y la oposición moderada, el levantamiento podría extenderse. Uzbekistán es hoy la quintaesencia de todo lo que está mal con los regímenes post-comunistas del Asia Central. Desde el colapso de la Unión Soviética, el país nunca ha tenido una “revolución de terciopelo”, líderes elegidos legitimamente o instituciones democráticas post-comunistas. Mas bien se han estancado.
 
Karímov se hizo cargo después que Moscú dejó de cogerle el teléfono. Las élites políticas siguen siendo las peores de Asia Central soviética, impulsadas por una combinación de alianzas de clanes, corrupción más inhabilidad o desgana de reformar y modernizarse.
 
La gente de Uzbekistán está harta de Karímov. Hoy se le oponen una combinación de organizaciones islámicas y partidos así como movimientos de oposición laicos. Entre ellos hay dos partidos: El Erk y el Birlik, que son mayoritariamente laicos, urbanos y de clase media. Sin embargo, la oposición uzbeka no tiene un líder reconocido como un Victor Yushchenko de Ucrania o un Mikheil Saakashvili de Georgia, así es que hasta un pro-Karímov tiene la posibilidad de sucederle.
 
Uzbekistán está en el filo de la navaja. Está estrategicamente ubicada en un área que sabe mucho de baños de sangre y muy poquito, si es que nada, de democracia. En 1992, la etnia uzbeka peleó contra la kirguiz en Osh, con el número de víctimas rozando las 2.000. Una guerra civil por la división entre clanes del norte y del sur en Tayikistán se cobró la vida de 100.000 personas después del colapso soviético.
 
Estados Unidos tiene intereses estratégicos en Uzbekistán y debería seguir de cerca el desarrollo la situación. El país fue clave en la operación Libertad Duradera en 2001 para liberar Afganistán. Una base americana de la Fuerza Aérea en Khanabad es sólo uno de los emplazamientos americanos en el país. Los islamistas usan la presencia americana para agitar contra América y Occidente. También atacan a Karímov por tener relaciones diplomáticas con Israel.
 
Rusia, posiblemente poderes occidentales y organizaciones internacionales se lo deberán pensar dos veces antes de ayudar a Karímov a sofocar la revuelta. Mientras tanto, China y Kazakstán, con sus riquezas petrolíferas, están nerviosos observando los acontecimientos en Andiyán. Todos debemos mirar de cerca, por lo menos, lo que pasa. La caída de Uzbekistán en manos islamistas podría provocar un terremoto geopolítico en Asia Central y hacer peligrar los intereses rusos y americanos allí. A largo plazo, los estrategas radicales islámicos creen que el Asia Central, con su personal de técnicos educados por los soviéticos y sus amplios recursos naturales, surgirá como un estado musulmán militarizado. Ellos lo ven como la base territorial de la yihad contra Occidente.
 
Para evitar semejante resultado catastrófico, los vecinos de Uzbekistán, Estados Unidos, Rusia, China, la Unión Europea, la OSCE y la ONU deberían presionar a Karímov para que encuentre una salida a la crisis actual. Ésto puede incluír legalizar partidos políticos, darle a la oposición acceso a los medios de comunicación y programar elecciones. Deberían celebrarse elecciones parlamentarias antes que las presidenciales y a Karímov se le debería pedir que transfiera el poder después.
 
Para evitar la expansion política del islam radical, es importante que la gente de Uzbekistán tenga esperanza y que el país se abra a la modernización. Pero el tiempo que le queda a Uzbekistán para estos cambios puede que se esté acabando. Necesitamos que se tomen acciones decisivas ya mismo.
 
©2005 The Heritage Foundation
©2005 Traducción por Miryam Lindberg
 
Ariel Cohenes miembro investigador especializado en estudios rusos, euroasiáticos y de seguridad internacional de energía en la Fundación Heritage, autor y editor deEurasia in Balance(Ashgate, Junio 2005).

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