Menú
Gabriel Calzada

Almunia y el erróneo sentido del perdón

Perdonar al gobierno alemán el incumplimiento del pacto de estabilidad por haber obligado a sus ciudadanos a darles dinero a los gobiernos de los países menos ricos de Europa sería algo así como atizar tres veces la cabeza de los alemanes

Joaquín Almunia parece haber tomado la indulgente decisión de no sancionar al gobierno alemán por su déficit público superior al límite fijado en el pacto de estabilidad. Acción que ya había anunciado para el gobierno francés. Parece haber aceptado de un gobierno que ha declarado repetidamente no creer en la bondad del equilibrio presupuestario su promesa de última hora de corregir su comportamiento manirroto. Esta medida podría considerarse un acto de generosidad suprema si el comisario europeo estuviese perdonando a miembros de su familia que hubiesen gastado más de lo que ingresan, pero tratándose de un gobierno que gasta el dinero de sus ciudadanos, la decisión le hace un flaco favor a los alemanes y al euro; es decir, a todos los europeos.
 
No voy a repetir aquí argumentos en contra del gasto y del déficit público, y en favor del equilibrio presupuestario que he expuesto en artículos anteriores. Pero por si acaso su desconocimiento es lo que ha impulsado al comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios a tomar esta decisión, nunca está de más recordar sobre esta cuestión las sabias palabras de Juan de Mariana cuando decía  que “nuestro cuidado principal debe consistir, como se ha dicho, en que estén nivelados los gastos con los ingresos y haya congruencia entre el fundamento de los impuestos y las necesidades a que se atienden, a fin de que el Estado no se vea envuelto en mayores males si las obligaciones exceden a las rentas. Si los gastos de la Corona llegan a ser mucho mayores que los tributos, el mal será inevitable, habrá todos los días la necesidad de imponer nuevos tributos, […] se verán obligados [los gobernantes] a hacer empréstitos que consumen las fuerzas del imperio en pagar intereses que crecen de día en día […] y se harán sordos los ciudadanos y se exasperarán los ánimos.”
 
Sin embargo, mucho me temo que Almunia conoce perfectamente los graves perjuicios que provoca el desequilibrio de las cuentas públicas y que su decisión viene influenciada por una cancioncilla que se ha extendido a lo largo y ancho de esta desnortada Europa en la que nos ha tocado sobrevivir. Su estribillo vendría a decir algo así como que habría que perdonar a Alemania de las penas que prevé el pacto de estabilidad porque paga una gran parte de los fondos estructurales de los que se benefician países como España con una menor renta per cápita.
 
Nadie puede dudar que los alemanes se hayan sacrificado por nosotros. Pero tampoco hay que olvidar que no lo han hecho voluntariamente. Han sido coaccionados por los poderes políticos públicos para que lo hicieran.  Así que no lo han hecho por solidaridad sino por obligación. Perdonar al gobierno alemán el incumplimiento del pacto de estabilidad por haber obligado a sus ciudadanos a darles dinero a los gobiernos de los países menos ricos de Europa sería algo así como atizar tres veces la cabeza de los alemanes.
 
La primera vez tuvo lugar cuando su propio gobierno, el monopolio del uso de la violencia, del que disfruta dentro de las fronteras alemanas, les golpeó para quitarles su riqueza y dársela a otros.
 
La segunda, cuando el mismo gobierno incurrió en un déficit que debilita en términos relativos la moneda común de todos los europeos y que sólo podrá pagarse con más impuestos sobre los sufridos alemanes, con crédito público que expulsa inversión privada o con una inflación que poco puede favorecer a los apaleados alemanes.
 
Y sobre los dos chichones germanos, el comisario pretende poner la piñata roja que incentive al gobierno alemán para volver a golpear con el garrote de los impuestos, el gasto y el déficit público.
 
Lo que sí podríamos hacer por los alemanes todos los españoles, con Almunia a la cabeza, sería dejar de coaccionarles para que nos den una parte de su propiedad y exigir a su gobierno que no gaste más de los que ingresa. Así ayudaríamos a recomponer los maltrechos monederos alemanes, fortaleceríamos el euro y la economía europea, y detendríamos el comprensible resentimiento que están desarrollando los alemanes con los receptores de las ayudas que salen de sus bolsillos. Eso sí, que la sanción se detraiga de los gastos presupuestados sin que el gobierno alemán pueda erigir un nuevo impuesto sobre la renta o el patrimonio de sus ciudadanos y que luego la UE devuelva la multa a los contribuyentes alemanes. Brindemos por ello, con cerveza alemana.
 
Gabriel Calzada Álvarez  es representante del CNE para España.

En Libre Mercado

    0
    comentarios