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Gabriel Calzada

Aparecen las subprime españolas

Cuando hace un año el presidente Rodríguez afirmaba que España se salvaría de la crisis porque no tenía hipotecas basura, hablaba desde un vertedero hipotecario creado por las cajas de ahorro.

Hace año y medio la mayoría de los analistas miraban como a bichos raros a quienes pronosticábamos una gran crisis financiera. Uno de los argumentos era que España podía sufrir una corrección, un ligero reajuste, pero no una gran crisis, ya que la morosidad estaba en mínimos históricos. De poco servía explicar, en aquellos momentos de borrachera generalizada, que la morosidad es muy volátil y que sube como la espuma ante los cambios negativos de ciclo. Las burbujas inducidas por la política monetaria flexible de "dinero barato" acaban en grandes reventones cuando se verifica que la gente ha invertido los recursos en sectores que no eran prioritarios para la sociedad debido, precisamente, a que los tipos de interés artificialmente reducidos por los bancos centrales inducen a pensar lo contrario. Ahí queda la historia del ladrillo español para atestiguar el desaguisado que los políticos son capaces de organizar a través de la manipulación del tipo de interés.

Cuando resultara evidente que no existían recursos reales para sostener tanta inversión en vivienda, el castillo de naipes se tambalearía. Pero a mediados de 2007, el futuro se veía más bien de color rosa. En junio el secretario general de la Asociación Española de la Banca (AEB), Pedro Pablo Villasante, afirmaba con rotundidad que la subida de los tipos de interés no tendrían gran impacto en la morosidad, que hasta marzo de ese año había alcanzado en los bancos el 0,62%, cercano al mínimo histórico. Sin embargo, con la subida de los tipos muchos negocios empezaron a ser ruinosos y la morosidad se disparó. Así, a finales de año pasado, la morosidad de los créditos alcanzó en España el 3,18%, la cifra más elevada desde hacía 11 años.

Esa media esconde una importante diferencia según se trate de bancos o cajas de ahorro. Los primeros tienen un ratio de mora del 2,6% mientras que en las segundas es del 3,6%. Así, los bancos han triplicado su tasa de morosidad mientras que las cajas la han cuadriplicado. La diferencia entre bancos y cajas es lo suficientemente significativa como para buscarle una explicación. Y resulta de perogrullo decir que la explicación se encuentra en que los créditos concedidos por las cajas fueron menos selectivos o tenían más riesgo de impago que los de la banca. Si la función principal de la banca es reconocer el crédito que tienen los particulares y las empresas para concedérselo con cargo a los ahorros de otros ciudadanos, resulta evidente que las cajas están cumpliendo peor su función que los bancos.

Detrás de estas diferencias se esconde la chapucera mano –a veces visible, otras invisible– del poder político. Si bien es cierto que todo el sector está fuertemente intervenido, lo de las cajas de ahorro es el no va más; son unas instituciones financieras que están controladas por el poder político local o regional y que utiliza su capacidad de crear crédito y concederlo a discreción para que éste mantenga el control sobre determinados sectores, para que los amigos del partido de turno expandan sus empresas o para conceder hipotecas a quienes no tienen crédito. Estas últimas son las hipotecas subprime españolas que tanto daño están haciendo a las familias y a la economía española. Cuando hace un año el presidente Rodríguez afirmaba que España se salvaría de la crisis porque no tenía hipotecas basura, hablaba desde un vertedero hipotecario creado por las cajas de ahorro.

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