Menú
Gabriel Calzada

El retorno de una obsesión alucinógena

Por lo tanto, no se trata de producir más cantidades de bienes que nadie. Se trata de producir los bienes más deseados utilizando para ello los recursos que relativamente sean menos valorados en su consecución

La controversia en torno a la credibilidad de los presupuesto generales del estado con el que el gobierno socialista de Zapatero encara el año 2005 pivota sobre el concepto de productividad. En efecto, ante la desconfianza que la ley de presupuestos ha despertado dentro y fuera de las fronteras de España entre los economistas, sus defensores alegan que la aparente tomadura de pelo de unas cuentas que nadie entiende cómo cuadran es el resultado de no tener en cuenta la nueva filosofía económica del gobierno; a saber, su orientación hacia el aumento de la productividad.
 
Las cualidades milagrosas que nuestro gobierno otorga a las políticas destinadas al incremento de la productividad no son cosa nueva. El aumento de la productividad era la obsesión de los dirigentes del comunismo real. La varita mágica gracias a la que sus esclavizados ciudadanos superarían en pocos años el nivel de vida de quienes tenían la desgracia de vivir en sociedades en las que imperaba el respeto a la propiedad privada y a los intercambios libres. Lenin y Stalin veían en el aumento de las unidades de productos fabricados por trabajador el tobogán que les conduciría al paraíso marxista. El Che, como desvela Fernando Díaz Villanueva en su sensacional biografía del carnicero argentino, también compartía la alucinación productivista. Estaba convencido de que el hecho de que Cuba fuese capaz de producir, por ejemplo, más níquel metálico por habitante o por trabajador que ningún otro país del mundo constituían en sí mismo la prueba irrefutable de la mejora de la calidad de vida de los cubanos y la herramienta mediante la cual antes de 1980 dejaría atrás a las economías de mercado en calidad de vida. Cuando el cuento de la lechera llegó a su fin, el "trabajo voluntario" se convirtió en la cruel alternativa al aumento de la productividad.
 
Lo que ni estos líderes totalitarios ni nuestro gobierno socialista parecen querer o poder entender es que la eficiencia productiva –que es lo que verdaderamente importa a las personas del mundo real– no consiste en una relación física. La eficiencia en la producción es una relación entre el valor de los fines que perseguimos y el de los medios que utilizamos para alcanzarlos. Así, un proceso ineficiente es aquel cuyos fines podrían lograrse a través de menos cantidad de los mismos medios o a través de medios de menor valor. Hay muchas formas de elevar la productividad de un proceso productivo. Sin embargo, el incremento del gasto público, aunque sea en I+D+I, no tiene muchas posibilidades de lograrlo. Es importante darse cuenta de que para incrementar la eficiencia productiva no es ni suficiente ni necesario contar con nueva tecnología y, en caso de lograrse de ese modo la tecnología, tendrá que ser la que el consumidor crea que a cambio de un coste razonable logra unos fines importantes. Además, la mayor eficiencia productiva puede conseguirse a través de la reestructuración de los factores, las alianzas con otras empresas, los cambios en los horarios de atención a los clientes, la sustitución de unos empleados por otros y un sinfín de posibilidades que nuestros intervencionistas de izquierda y de derechas se empeñan una y otra vez en boicotear. Por si fuera poco, todas ellas se resisten a ser descubiertas y puestas en práctica desde arriba por el estado.
 
Por lo tanto, no se trata de producir más cantidades de bienes que nadie. Se trata de producir los bienes más deseados utilizando para ello los recursos que relativamente sean menos valorados en su consecución. Algo que sólo las personas directamente implicadas en los procesos de mercado son capaces de vislumbrar, y en lo que el gobierno sólo puede colaborar de una importante manera: disminuyendo los impuestos y el gasto público y absteniéndose de intervenir en las relaciones lícitas y voluntarias de los individuos y las empresas en el mercado.
 
Gabriel Calzada Álvarezes representante delCNEpara España

En Libre Mercado

    0
    comentarios