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Gabriel Calzada

No saben luchar contra la malaria

Como resultado del histerismo ecologista, que sólo se fijó en los exagerados efectos negativos sin tener en cuenta los grandes beneficios para la salud pública de este compuesto químico, la producción de DDT fue prohibida en 1972 en Estados Unidos.

El pasado martes 16 de diciembre, un gran número de deportistas famosos se unieron en una jornada solidaria a "competir" por un mundo libre de malaria. El evento, organizado por Cruz Roja Española con la colaboración de la Comunidad de Madrid, contó con la participación de figuras como Raul, Eto’o, Alberto Contador, Carlos Moyá, Carlos Sainz o Fernando Alonso, entre otros muchos deportistas encabezados por Iker Casillas y Rafael Nadal. El público que casi llenó el Palacio de los Deportes de Madrid aportó 250.000 euros que serán destinados a distintos proyectos que tienen por objeto disminuir la incidencia de esta enfermedad.

No dudo de que tanto Casillas como Nadal, al igual que todos los deportistas que participaron en el evento, lo hayan hecho con la mejor de las intenciones. Ni siquiera pongo en duda que los responsables de Cruz Roja, una Organización necesitada de los gobiernos y muy burocratizada, lo estén poniendo todo de su parte en el desarrollo de ese loable objetivo. Sin embargo, todo este esfuerzo y estos recursos económicos resultan ridículos cuando se tiene en cuenta que la malaria ya estuvo en vías de erradicación, que la solución ya la conocemos y que el problema es más político que técnico o económico.

A finales de los años 60, la desaparición de la malaria parecía estar al alcance de la mano gracias al uso del DDT. La enfermedad había desaparecido en la mayor parte de Occidente y se reducía a un acelerado ritmo en África y otras partes del tercer mundo. Sin embargo, la obra de una ecologista alarmista que atribuía al DDT una serie de efectos dañinos –de los cuales sólo la disminución del grosor de la cáscara de los huevos de algunas aves resultó ser cierto– logró crear una psicosis contra este insecticida. Como resultado del histerismo ecologista, que sólo se fijó en los exagerados efectos negativos sin tener en cuenta los grandes beneficios para la salud pública de este compuesto químico, la producción de DDT fue prohibida en 1972 en Estados Unidos. Pronto empezó a escasear y a encarecerse este producto en África y lo que parecía una enfermedad del pasado se ha convertido en una de las mayores pesadillas de nuestros días. Según Cruz Roja, un menor muere cada 30 segundos de malaria en África y cada año lo hacen más de dos millones de personas en todo el mundo, la mayoría niños.

El DDT tenía la virtud de ser el único producto realmente efectivo contra la enfermedad, al tiempo que barato. Ahora, los Estados y los particulares gastan enormes sumas de dinero en redescubrir una solución contra la malaria. Los 250.000 euros que se recaudaron en el Palacio de los Deportes forman parte de los algo más de 1.200 millones de dólares que este año se invertirán con el objetivo de evitar cientos de miles de muertes por causa de esta enfermedad. Sin embargo, la Alianza Roll Back Malaria estima que esta cantidad debe aumentarse al menos hasta 3.000 millones para poder ofrecer una protección adecuada en las regiones donde la incidencia es mayor. Quizá todos estos recursos y eventos dejarían de hacer falta si una pequeña parte de esa cantidad fuera usada en restituir la imagen del DDT y en destapar el macabro papel del movimiento ecologista en su demonización.

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