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A casa por Navidad

Fin de año es una fecha factible para arreglarlo todo y retirarnos con orden y garantías. Zapatero debe hacerlo ya, porque, en las circunstancias actuales, los muertos dejan de estar justificados.

Diez años son muchos, y eso hace que Chacón, Zapatero y buena parte de la opinión pública española olviden los objetivos que nos llevaron a Afganistán. El primero, acabar con el movimiento talibán, de corte totalitario, y cobijador y patrocinador de Al Qaeda. El segundo, instaurar un régimen político medianamente digno y respetuoso con los derechos humanos, única manera de que el país prosperase social y económicamente. Allí fue Bush en 2001. Y allí fue España en 2002.

La misma lógica se repitió en Irak, de donde Zapatero huyó vergonzosamente. Para tratar de recuperar su destrozado prestigio, se involucró más y más en Afganistán –"guerra buena"– hasta llegar a la situación actual en la que nuestras tropas se exponen sin llegar a combatir de verdad, en un suicida equilibrio entre lo que Zapatero y Chacón han prometido en el exterior, y su pacifismo del interior. Su obsesión por arreglar lo de Irak nos ha llevado, sin reglas, órdenes ni material apropiado, a la ratonera de Bala Murghab. Esta es, con mayúsculas, la guerra de Zapatero, donde se ponen de manifiesto todas sus contradicciones en política exterior.

Pese a todo, el destino de Afganistán no está en manos españolas. No militarmente. Y diplomáticamente podría estarlo si el Gobierno pudiese y quisiese convencer a los aliados de continuar hasta el final, pero no es el caso. La España de hoy es irrelevante, nadie nos hace caso y ZP nunca ha compartido los motivos por los que allí fuimos. Así que dependemos enteramente de Obama. Y él –al contrario que Bush– no ve problemas en permitir a los talibanes regresar al gobierno. Lo harán, y nosotros simplemente asistiremos al espectáculo de volver a verlos en Kabul. Los talibanes regresan, y nosotros nos vamos. Más vale reconocer cuanto antes que hemos perdido la guerra.

En cuarto lugar, Obama responde a estímulos domésticos, con la vista puesta en las presidenciales de 2012 y en medio de una nueva ola de aislacionismo norteamericano. La estrategia militar está ya supeditada a esas necesidades, no a la situación en Afganistán ni a los objetivos iniciales. La solidaridad aliada tiene sentido ante objetivos comunes, afganos y occidentales: hoy no existen, porque Obama, unilateralmente, ha decidido que no le interesan: ¿en virtud de qué principio debemos ligar la vida de nuestros hombres a las perspectivas electorales del Partido Demócrata?

A finales de 2010, cuando Obama anunció el fin de la misión americana, aún había dudas sobre los plazos definitivos. Pero su anuncio de hace unos días no deja lugar a dudas. No luchamos por aquello por lo que fuimos a luchar, la guerra de Zapatero está llena de contradicciones, nuestro papel es prescindible e irrelevante, y si estamos hasta 2014 en vez de hasta 2012 es por las necesidades de Obama, no por las de los afganos o nuestra propia seguridad internacional.

España debe acabar ya su misión en Afganistán, y lo debe hacer, al contrario que en 2004, con sentido común. En primer lugar, evitando el espectáculo de Irak y Kosovo. Hay que consensuar y renegociar plazos con los aliados. Y en segundo lugar, en vez de a lo loco, debemos replantearnos nuestros despliegues en el exterior, no sólo el afgano. Quizá debamos pensar en escenarios cercanos y en clave nacional antes que en operaciones internacionales extrañas como las de Libia o Líbano o fallidas como Afganistán.

Fin de año es una fecha factible para arreglarlo todo y retirarnos con orden y garantías. Zapatero debe hacerlo ya, porque, en las circunstancias actuales, los muertos dejan de estar justificados. Es su guerra, es su responsabilidad y deben ser él y su Gobierno los que arreglen el entuerto en que se han metido. No queremos pensar que tenga intención de dejar en manos del Gobierno que venga una responsabilidad y una patata caliente que le corresponde a este Gobierno.

A casa por Navidad.

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