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Agresión tras agresión

A diferencia de lo que ha ocurrido en las últimas cinco décadas, el ejército americano está cansado y agotado de años de lucha en Irak y Afganistán, y su material, entrenamiento y adiestramiento están enfocados hacia ese tipo de conflicto.

Casi sesenta años separan la invasión norcoreana de Corea del Sur en 1950 del ataque contra la fragata "Cheonan" el pasado mes de marzo. Sesenta años de progresivo distanciamiento económico y social: al sur del políticamente retorcido paralelo 38, una economía pujante, integrada en los mercados mundiales, exitosa, con una sociedad abierta y democrática; al norte, un régimen despótico, militarista, con una sociedad empobrecida, enferma de periódicas hambrunas. Con cerca de un 25% del PIB invertido en Defensa, su punto de mira está permanentemente dirigido hacia su vecino del sur y hacia otros países de la zona, con Japón a la cabeza.

La investigación sobre el hundimiento del buque de guerra fue determinante: habían sido los norcoreanos, y por si la cosa no estuviese clara, éstos mismos no han puesto mucho interés en negarlo, sino más bien al contrario. Con un régimen oscuro como el de Pyongyang, las intenciones están aún abiertas a la especulación, si se trata de inflamar el patriotismo, de mostrar fortaleza internacional o recordar a los surcoreanos la periódica reclamación sobre su territorio.

En cualquier caso, el problema de fondo no es que se trate de dos países enemigos que comparten frontera, ni que sean dos países con regímenes incompatibles entre sí. Corea del Norte lleva atacando a Corea del Sur desde el principio; a veces regularmente, otras irregularmente. Las agresiones más conocidas, tras la invasión de 1950, son el intento de asesinato del primer ministro surcoreano Park en 1968; también en 1974 en el que muere la primera dama; contra el primer ministro Chun Doo-hwan en 1983; el atentado en 1987 contra un avión surcoreano con 115 muertos; el hundimiento en 2002 de otro barco de guerra surcoreano tras otra incursión del norte. A lo que hay que sumar las rondas de lanzamientos de misiles norcoreanos que se han repetido a lo largo de los noventa, la última en 2009, así como las permanentes incursiones de naves de guerra norcoreanas en aguas territoriales de Corea del Sur, que han ocasionado no pocos enfrentamientos directos.

La cosa no es para tomársela en broma, porque la tensión ha subido a lo más alto. La lógica reacción surcoreana de cortar las relaciones económicas con Corea del Norte y exigir disculpas ha sido recibida con una escalada verbal y militar en el norte, con una retórica belicista habitual pero preocupante con un régimen imprevisible y opaco. Los surcoreanos no quieren oír hablar de un conflicto regular –más bien una invasión–, y prefieren pensar que como mucho habrá acciones terroristas o sabotajes. Los puntos de tensión son los programas económicos conjuntos, como los de la ciudad norcoreana de Kaesong, donde empresas surcoreanas dan trabajo a miles de trabajadores del norte.

Por su parte, la crisis coge a Estados Unidos con dos graves problemas. El primero, y más importante, es el político. Desde que Obama asumiese el cargo, no corren buenos tiempos para las democracias atacadas por las dictaduras: Israel, Honduras son dos buenos ejemplos. Y ahora que conocemos la nueva Estrategia de Seguridad Nacional, la crisis coreana se suma a la iraní. La política de retraimiento americana está llevando consigo un aumento de la actividad de sus enemigos, y Clinton –a quien la crisis pilló de visita en China– ha sido incapaz de arrancar la condena y las sanciones a Pekín. El segundo es el militar: a diferencia de lo que ha ocurrido en las últimas cinco décadas, el ejército americano está cansado y agotado de años de lucha en Irak y Afganistán, y su material, entrenamiento y adiestramiento están enfocados hacia ese tipo de conflicto. Sólo la Marina tiene capacidad de operar con garantías en la península coreana, lo cual es bastante poco.

Obama no tiene capacidad para ir más allá de las maniobras conjuntas que ya ha autorizado, y simplemente muestra su solidaridad con el Sur y su indignación con el norte. Pero el problema es que su soft power, ahora renovado con la Estrategia de Seguridad Nacional, hace que las amenazas sean poco creíbles y la capacidad de maniobra, menor. Es lo que tiene proclamar, como hace la NSS, que Estados Unidos no tiene capacidad para actuar en cualquier parte del mundo, y que deberá confiar en aliados y comunidad internacional. Una buena noticia para Corea del Norte, sin duda, porque este no será el episodio final de sus agresiones hacia sus vecinos.

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