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Al asalto de las embajadas

El respeto a las embajadas y su personal es mucho más que una norma de derecho internacional. Es tan sagrada que más bien habría que considerarla un tabú de carácter netamente funcional.

El primer pensamiento es: ¡Dios mío, si esta gente llega a tener armas atómicas! El segundo: ¡Hay que ver con qué demencial intensidad las desean! Porque causa, método y efecto, todo se refiere a lo mismo.

En muchos aspectos están peor que nunca. La situación interior no ha dejado de deteriorarse. Oposición aparte, el régimen está carcomido por luchas intestinas. La economía se hunde lentamente. El mundo alrededor se les derrumba. La primavera árabe, salga bien –lo que ya no se espera– o mal, va abiertamente en su contra. En cierto sentido, la precursora de todo lo que ahora sucede en el Oriente Medio fue, precisamente, la oposición que ellos aplastaron hace tres años. Ahora les amenaza desde el exterior. Han jugado cartas muy ajenas a su tipo de islam, como el antiisraelismo, para conseguir la aceptación de su modelo revolucionario en el mundo suní, convirtiéndose en el principal apoyo de la organización palestina Hamas y de su gobierno en Gaza, y resulta que el único país musulmán en condiciones de exportar modelo al efervescente mundo árabe son su vecinos turcos, que ahora acosan implacablemente a Siria, principal e insustituible aliado de Teherán, sin el cual queda cortada la conexión directa con su filial, el Hézbola libanés.

Lo que están haciendo difícilmente puede interpretarse de otra manera que por desesperación. El respeto a las embajadas y su personal es mucho más que una norma de derecho internacional. Es tan sagrada que más bien habría que considerarla un tabú de carácter netamente funcional. Regímenes radicalmente totalitarios y países con un poso de primitivismo que, bajo ningún concepto, puede atribuirse a los persas, se han guardado mucho de violarlo. Pero ya la revolución islámica empezó por ahí en 1979, con la toma durante más tres meses de la embajada americana y todo su personal. Entonces los hechos podían atribuirse a los incontrolables fervores revolucionarios de los jóvenes partidarios del incipiente régimen, aunque no, por supuesto, la tolerancia de los hechos por parte de éste. Ahora quienes organizan rocambolescamente el asesinato del embajador saudí en Washington utilizando a mafiosos de la droga mejicana o asaltan la embajada británica no tienen nada de estudiantes. En versión cómica, el episodio recuerda a cuando en los albores del franquismo los falangistas convocaron una manifestación ante la embajada inglesa en protesta por Gibraltar. El ministro de Exteriores, Serrano Súñer, llamó al embajador para preguntarle si quería que le enviase más policías, a lo que éste respondió que bastaba con que le enviase menos manifestantes.

Los iraníes lo han tenido claro. Los asaltantes pertenecen a la milicia Basij, una especie de partida de la porra que desempeñó un papel decisivo en el implacable aplastamiento de las protestas contra el amaño de las elecciones, en el verano de 2008.

Por desgracia, a nivel popular el mundo ignora la tremenda gravedad de la adquisición de armas nucleares por parte de tal régimen. No hay más que ver lo que hacen para adquirirlas. 

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