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GEES

Al borde del abismo

Como cruelmente diría Groucho, partiendo de la nada el país ha llegado a la más absoluta miseria.

Unas horas después de la probable caída del dictador Saleh, el futuro es tan opaco como unas horas antes, aún suponiendo que el viaje a Arabia Saudí para tratarse unas heridas que bien podemos considerar de guerra, se confirme como su definitivo abandono del poder. ¡El pueblo ha derribado al régimen!, gritan los que se consideran pueblo, pero de momento el régimen sólo ha pasado a manos del vicepresidente. El país es lo más pobre y socialmente atrasado del mundo árabe, más o menos ex aequo con Sudán, que tiene tantos problemas propios que no se ha enterado de la primavera que sacude a sus hermanos de cultura y religión. Yemen se enteró desde el principio y muchos se echaron a la calle para pasarle factura de su represión y el atraso imperante. Las protestas llevan tanto tiempo como en Libia y la represión, aunque de sobra sangrienta, no ha llegado a los extremos de Siria. Saleh cedió un poco, pero no fue suficiente, entre otras cosas por su historial de promesas incumplidas. Prometió no presentarse a las elecciones del 13, pero no era la primera vez que había anunciado su retirada.

Su posición internacional, tanto geoestratégica como política, le ha dado fuelle durante meses. Es aliado indispensable de Estados Unidos en la lucha contra Al Qaeda, que tiene en el país una de sus más potentes filiales y uno de sus principales refugios, residencia de Ben Laden durante algún tiempo. Un aliado que contamina y abrasa pero que no se puede soltar a la ligera. Le plantea a Estados Unidos el mismo dilema que Bahrein. En el caso de la pequeña isla del Golfo, porque es la sede de la 7ª flota, porque no se sabe qué ventajas podría obtener Irán con el acceso al poder de la reprimida mayoría chiita (70%) y porque no se puede ir demasiado lejos incomodando a los saudíes. Junto al tema yihadista, esto último cuenta también para Yemen. Y no sólo los saudíes están de uñas con los escarceos de su veleidoso aliado americano con la revolución. Los pequeños países del golfo, igualmente necesarios para satisfacer las necesidades estratégicas de Estados Unidos en la región, también se sienten amenazados por el pésimo ejemplo yemení y resentidos por la natación entre aguas de Washington. Todos han metido cuchara en los poco interiores asuntos de Yemen, y de todos se ha valido Saleh para prolongar su inestable situación.

Como cruelmente diría Groucho, partiendo de la nada el país ha llegado a la más absoluta miseria. Con o sin el dictador está al borde del colapso económico, la guerra civil y posiblemente la desintegración territorial. Al otro lado del estrecho de Bab el Madeb tiene un nada tranquilizador ejemplo que contemplar: Somalia. La revuelta generalizada en el Oriente Medio puede preciarse, quizás, de haber derribado otro sátrapa. Pero debe inquietarse de que lo que venga detrás sea todavía peor. Y esa no es simple cuestión local, lo es para toda la región.

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