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Aprender a vivir sin América

Los franceses no podrán mantener la ofensiva por sí solos por mucho tiempo. Y las consecuencias las sufriremos todos, incluso Obama.

Los franceses no podrán mantener la ofensiva por sí solos por mucho tiempo. Y las consecuencias las sufriremos todos, incluso Obama.

Mostraremos nuestro valor para tratar de conseguir resolver nuestras diferencias con otras naciones de manera pacífica; no porque seamos ingenuos sobre los peligros a los que nos enfrentamos, sino porque el engagement aparta las suspicacias y los miedos. América seguirá siendo clave en grandes alianzas en cada rincón del planeta, y las instituciones renovadas nos ayudarán a ampliar nuestra capacidad para gestionar las crisis más allá de nuestras fronteras. Apoyaremos la democracia desde Asia hasta África, desde las Américas hasta Oriente Medio, porque nuestros intereses y nuestra conciencia nos obligan a actuar al lado de aquellos que buscan la libertad.

Estas palabras de Barack Obama, en el discurso inaugural de su segundo mandato, nos empiezan a dar una idea de lo que el mundo puede esperar de él. Es decir, Estados Unidos se comprometerá lo mínimo indispensable en los retos y amenazas que acechan al planeta. Tampoco nos debería de extrañar, porque supone una continuidad de lo que empezó a sembrar en los años anteriores. Su nuevo equipo de seguridad nacional – Kerry, Brennan y Hagel– comulga con tales ideas, es decir la estrategia del light footprint y del leading from behind que tan pocas alegrías ha dado a Obama en el último año. Sobre todo a raíz de los acontecimientos de Bengasi y de la torpeza para resolver la crisis siria, que son a la vez los principales argumentos de aquellos que, cada vez en mayor número, se resisten o se oponen a las estrategias de Obama. Sin embargo, a pesar de que se pide un cambio en Washington, no parece que vaya a dar su brazo a torcer.

Así que a los demás no les queda otra: aprender a vivir sin los americanos. Y uno de los ejemplos es lo que está pasando actualmente en Malí. A pesar de que fue uno de los pocos países mencionados en el debate de política exterior de las presidenciales americanas, su respuesta está siendo penosamente tímida. Puede que no sea tan vital como para Francia o España, pero el hecho de que la mano de AQMI (Al Qaeda en el Magreb Islámico) se viera involucrada en el asalto al consulado de Bengasi ya es suficiente como para sacar conclusiones.

Sería deseable que Estados Unidos diera un paso hacia adelante después de haber dado uno hacia atrás el año pasado, cuando dejó de entrenar a las tropas malienses –en cierto modo entendible, porque no quería apoyar a un Gobierno ilegítimo– y suspendió los sobrevuelos en el país por miedo a que los aviones pudieran ser derribados y cayeran en manos de indeseables. Hay un punto medio entre no querer mandar tropas sobre el terreno y limitarse a ayudar con vuelos para el transporte de material y hombre. Los franceses necesitan ayuda, y mucha, porque esto va para largo y no podrán mantener la ofensiva por sí solos por mucho tiempo. Y las consecuencias las sufriremos todos, incluso Obama.

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