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Argelia esquiva las revueltas

A Buteflika, tal y como evolucionan los acontecimientos, más le valdría mejorar sus políticas domésticas para exorcizar posibles revueltas y fiarse lo justo de sus "valedores" foráneos.

Argelia muestra estos días cierta tranquilidad en medio de lo que está cayendo en su entorno inmediato. Acaba de aprobar un decreto por el que se deroga el estado de excepción vigente desde 1992. El Gobierno de Ahmed Uyahia tomaba la decisión el 22 de febrero, cuando en Libia la situación era crítica, y tras los preocupantes enfrentamientos en el norte marroquí, donde cinco personas morían carbonizadas en Alhucemas al ser atacada con cócteles molotov por manifestantes contra una sucursal bancaria. Y con el telón de fondo de lo ya sucedido en Túnez y en Egipto, por no irnos más lejos.

En Argelia, los dos intentos de manifestación en Argel, el 12 y el 19 de este mes, se han visto ahogados por un fuerte despliegue de fuerzas de seguridad. El decreto aprobado –y que entrará en vigor en cuanto se haya publicado– sigue prohibiendo manifestaciones al aire libre en la capital, Argel. En tercer lugar, la oposición se ha mostrado dividida a la hora de convocar ambas movilizaciones. Entre una y otra cosa, la seguridad en sí mismas de las autoridades del país es importante, pero también temeraria.

En primer lugar conviene recordar que a principios de enero se produjeron violentas revueltas en varias localidades argelinas, en las que muchos policías resultaron heridos en los enfrentamientos. Además, varias personas se han quemado "a lo bonzo" y lo siguen intentando. La vuelta atrás en el incremento de los precios de varios productos básicos frenó las protestas, pero motivos no faltan para que sean retomadas. Aunque el Consejo de Ministros anunciaba el mismo 22 de febrero medidas –concesiones hipotecarias o ventajas fiscales para las empresas que contraten jóvenes–, estas medidas tardarán en ver la luz, y siempre habrá motivos para crear disturbios. Sobre todo, en relación con esos famosos 115.000 millones de dólares de reservas del país y su comparación con la precariedad de muchos ciudadanos, especialmente de los jóvenes.

Argelia ha de tener además en cuenta el posible "efecto islamista", parecido al que se ha dado en Libia. Aunque en el país argelino no hay nada tan evidente en términos de disgregación nacional como era y es la convulsa Cirenaica libia, en lo que sí coinciden ambos países magrebíes es en haber liberado a cientos de presos yihadistas en estos últimos años: en el caso argelino miles. Y también el envalentonamiento en el que está el islamismo en Libia podría reproducirse también en Argelia.

En lo que a la oposición respecta, está dividida –la Coordinadora Nacional para el Cambio Democrático ha durado pocas semanas unida, y ya está partida en dos, y el Frente de Fuerzas Socialistas va por libre– lo que da un respiro al Gobierno. Pero lo que no hay que olvidar es precisamente que las revueltas de Túnez y de Egipto destacaron por ser acéfalas, sin liderazgo, movimientos espontáneos que luego, eso sí, unos y otros trataron y tratan de reconducir. En Libia la revuelta ha sido sobre todo regional, pero ello es aún más inquietante por haber surgido en la región que ha abastecido las filas de los yihadistas actuando dentro y fuera del país.

Finalmente, el presidente Abdelaziz Buteflika y el Gobierno que dirige el veterano Ahmed Uyahia no deberían depositar demasiada confianza en sus socios y aliados extranjeros. Para el caso de Ben Alí en Túnez y de Mubarak en Egipto, e incluso para el de Libia –si hacemos abstracción del pasado de Gadafi, de lo excéntrico del personaje y del baño de sangre en el que éste ha sumido a su país–, hemos podido comprobar qué poco ha durado la cercanía de las autoridades europeas y estadounidenses a sus hasta hace nada socios, aliados y amigos, cuando las cosas se han puesto feas para estos. Reconozcamos al menos, ahora que unánimemente se demoniza a muchos líderes árabes, sustituyendo el insulto por el análisis, que nos olvidamos que hace tan sólo dos meses los cortejábamos para mediar en Oriente Próximo (Mubarak), aplaudíamos sus iniciativas sociales en la ONU (Ben Alí), o nos apoyábamos en ellos para luchar contra el terrorismo (Gadafi en Libia o Saleh en Yemen). Visto lo visto, y que en vez de reformas condicionales su perspectiva es el abismo, incondicional ¿cómo van a convencerse los que aún son estables y que son imprescindibles? A Buteflika, tal y como evolucionan los acontecimientos, más le valdría mejorar sus políticas domésticas para exorcizar posibles revueltas y fiarse lo justo de sus "valedores" foráneos.

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