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GEES

Bono, ¿dónde estás?

Ni asume su responsabilidad por la aventura hacia el chavismo ni pide perdón a quienes señaló arbitrariamente como responsables del accidente del Yak-42 o del tratamiento de los cuerpos de las víctimas. Todo vale cuando se carece de principios.

El archivo de la causa sobre el Yak-42 por parte del magistrado Grande Marlaska cierra provisionalmente uno de los capítulos más vergonzosos de nuestra historia reciente. Desde el propio Gobierno se apuntó contra un grupo de jefes y oficiales haciéndoles responsables del tratamiento de los restos de las víctimas de aquel accidente aéreo. Quienes tenían que salir en su defensa hostigaron a los familiares en su contra y todo ello con un fin instrumental. A Bono, entonces ministro de Defensa, le importaba poco depurar supuestas responsabilidades en el seno de las Fuerzas Armadas. Sencillamente utilizaba a esta institución para tratar de dañar la imagen pública del Partido Popular, que ya estaba en la oposición. No tuvo ningún pudor en jugar con el dolor de los familiares ni en causar desasosiego, cuando no acabar con la carrera militar, de algunos dignísimos servidores del Estado por el solo hecho de estar destinados en determinados puestos. El sobreseimiento de la causa no repara el daño infligido a esos jefes y oficiales ni hace justicia con personajes como el citado Bono, que abusó de su condición por intereses de partido.

El archivo de la causa coincide en el tiempo con el debate sobre las relaciones con Venezuela, que han situado al ministro Moratinos en una posición de extrema debilidad política. No es momento de analizar las obvias limitaciones de este diplomático de carrera para ocupar la jefatura de nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores, pero sí de precisar responsabilidades. La apertura diplomática de España a la Venezuela de Chávez no fue obra de Moratinos, sino que se hizo a sus espaldas y contra su voluntad. Fueron José Bono y Raúl Morodo, ministro de Defensa y embajador en Venezuela, ambos viejos amigos desde los tiempos en que ocupaban puestos directivos en el extinto PSP, los que organizaron un viaje no anunciado a Caracas, que está en el origen de las famosas y fallidas ventas de armas. Después Zapatero le cogería el gusto a tratar con dictadores bananeros y arrastraría definitivamente la política exterior española a la situación de bochorno en que se encuentra.

¿Dónde está el locuaz José Bono? ¿Qué fue de la "sonrisa del régimen", del auténtico heredero de la tradición populista del Movimiento Nacional? Tras su sonada salida del Ministerio ha jugado las cartas que cabía esperar de él: exageradas palabras de lealtad a Zapatero mientras se mueve para lograr estar en el Congreso la próxima legislatura y así poder optar a la dirección del partido. En privado no oculta su desprecio por el presidente ni su creencia en sus posibilidades de hacerse con el liderazgo tras una probable derrota electoral. Ahora, cuando hasta sectores radicales del socialismo español ven con horror tanto la deriva política bolivariana como los efectos de aquel acercamiento en nuestra política exterior, Bono ha desaparecido. Él, que fue el primer garante de aquel insensato y frívolo desaguisado, enmudece. Ni quiere asumir su responsabilidad por la aventura hacia el chavismo ni pide perdón a todos aquellos a los que señaló arbitrariamente como responsables del accidente del Yak-42 o del tratamiento de los cuerpos de las víctimas. Todo vale cuando se carece de principios.

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