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Chacón y Azaña

El caso es que al final Azaña se preocupó más por destruir lo existente que por crear un nuevo modelo de Fuerzas Armadas. No nos queda claro, por tanto, que los Ejércitos con los que soñaba Azaña tengan que ver con los occidentales de hoy.

¿Cuál era la intención de Carmen Chacón al afirmar que hoy tenemos los ejércitos que soñó Azaña? Resulta difícil creer que fuera un simple recordatorio de las reformas militares que éste emprendió. Porque Azaña –intelectual interesado por la historia militar, estudioso y admirador de la organización militar francesa, pero también frío, vanidoso, y con más odios que buenos deseos– emprendió una serie de reformas que pasaron a convertirse en un intento de debilitar, humillar y degradar a las élites militares, salpicando incluso a aquellas que se pusieron en cuerpo y alma al servicio de la República.

Olvida o provoca la ministra respecto a la actitud de Azaña hacia los militares, que estuvo dominada por un problema político e histórico, la Monarquía, y no por un problema militar estricto. Su admiración a los militares franceses se traducía en España a un rechazo de nuestro Ejército, que escondía el rechazo a la Monarquía y a la Iglesia. Quizá pueda comentarle esta afinidad a Su Majestad el Rey en la próxima recepción. En cualquier caso, con esta actitud desdeñaba a Azaña y tomaba distancias, sin decirlo, con algunos militares que sí estaban comprometidos con la modernización de la época, como Alfredo Kindelán.

Qué duda cabe que en aquellos años se necesitaban reformas, y muchas, dentro de unos ejércitos plagados de problemas y de carencias. De hecho, la necesidad de una modernización formaba parte de las numerosísimas propuestas de jefes y oficiales que inundaron las últimas décadas del siglo XIX y los principios del siglo XX. Militares que también eran intelectuales, que antecedieron en ideas al propio Azaña, y que como él estaban también influidos por el pensamiento francés. La ministra bien podía haberse acordado de ellos.

Las reformas de Azaña fueron en ocasiones coherentes, pero en otras controvertidas. Y de lo que hasta hoy no hay constancia es de un plan o programa de reforma concreto de Azaña, que por decretos y sin debate iba avanzando en su política militar improvisando. Incluso críticos favorables y admiradores coinciden en que la incomodidad de algunas de sus decisiones no venía tanto por lo que Azaña había hecho sino cómo lo había hecho. Y por eso no llegó nunca a buen puerto: por la propia personalidad del ministro y por realizar todas las reformas despreciando a los militares, tanto a sus opositores como a sus defensores. Y sobre todo, desde el mismo instante en que tomó posesión de Buenavista se dio a la tarea de triturar al Ejército. Y no lo dijeron otros o lo decimos nosotros hoy, sino que él mismo se vanagloriaba de ello.

La reducción de personal o eliminación de algunos servicios eran necesarios, así como la eliminación de competencias ajenas a la función militar. Aunque a nuestra ministra sin duda le llamaría la atención la eliminación que hizo Azaña de las ceremonias religiosas en los cuarteles, cosa que en la época disgustó a los civiles conservadores pero apenas a los militares africanistas. A éstos si les incomodó, sin embargo, la eliminación de los ascensos por méritos en las categorías inferiores a general.

El caso es que al final Azaña se preocupó más por destruir lo existente que por crear un nuevo modelo de Fuerzas Armadas. No nos queda claro, por tanto, que los Ejércitos con los que soñaba Azaña tengan que ver con los occidentales de hoy, porque les veía como enemigos. Por ello abusó en desprecios y descalificaciones contra la oficialidad profesional. ¿Es ignorancia o es esto lo que admira la ministra de Azaña?

¿Ignorancia o provocación gratuita? Nosotros no estamos seguros de la respuesta.

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