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Cuando Obama encontró a Bibi

El problema de fondo de Israel es que se adentra en un universo sin América, porque América está en un proceso de retirada del mundo, incluido el Oriente Medio. Y contra eso, no hay ni palabras ni gestos que valgan.

El martes 6 tendrá lugar el encuentro entre el presidente americano, Barack Hussein Obama, y el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, previsto inicialmente para hace un mes, pero pospuesto a tenor del incidente con la flotilla turca frente a las costas de Gaza. Las relaciones entre Israel y Estados Unidos no pasan por su mejor momento y aunque de esta cita se saque una bonita y edulcorada imagen de ambos dignatarios departiendo cordialmente, es harto complejo que se llegue a un buen entendimiento de fondo. Por varias razones.

La primera, la creencia por parte de la administración americana de que Israel es el culpable de que no haya avances en el proceso de paz con los palestinos y que, precisamente por eso, debe ser la parte que haga más concesiones en estos momentos. En Washington se suele describir al actual gobierno israelí como un diablo de derechas, radical y nada dispuesto a aceptar sacrificios en aras de llegar a la solución de dos Estados, pero nada más alejado de la realidad. El Ejecutivo de Netanyahu ha reiterado en sucesivas ocasiones su aceptación de los dos Estados y ha hecho lo impensable: adoptar una moratoria del crecimiento de los asentamientos, incluyendo obras en Jerusalén que no eran tales asentamientos. En realidad, el verdadero problema no ha sido Netanyahu, sino la Autoridad Palestina, que ha recibido estas medidas como insuficientes y siempre ha pedido más. Pero negociar la partición de Jerusalén es algo que nadie en Israel está dispuesto a acometer en esta fase y plantearlo, por tanto, es querer sembrar de minas el camino a cualquier acuerdo. Es a Abbas a quien deberían presionar los americanos.

La segunda, la creencia de que Israel se encuentra bajo un estado de paranoia que no le permite ver con claridad sus verdaderos intereses y que le lleva a reaccionar inadecuadamente ante acontecimientos como los de la flotilla. Ni qué decir tiene que las cosas se ven de otra manera desde Jerusalén, donde en el último año han visto que Obama prefería el acercamiento a Irán antes que la tradicional alianza con Israel; cómo Turquía avanzaba hacia la islamización, cortando los lazos con los israelíes; y cómo ya no sólo se pone en cuestión la legitimidad a existir del Estado de Israel con el informe Goldstone, sino que se merma y condena el derecho a la autodefensa frente a claras agresiones, como es el caso de la flotilla. Y es que Obama debería saber que incluso los paranoicos tienen enemigos. E Israel los tiene y muchos.

La tercera, la creencia de que resolviendo el problema entre Israel y Palestina, la región se volverá un mar de tranquilidad. Ese es un mensaje que ha ido sembrando Obama desde su discurso en El Cairo y que todavía flota alrededor de la Casa Blanca. Y nada más falso puede haber en la historia de una región cuyos principales problemas y guerras han sido intra-árabes.

Queda, por último, la cuestión de Irán. Mientras que para la América de Obama todo está dirigido a incentivar la negociación y el diálogo con los ayatolas, para Israel lo importante es impedir que éstos se hagan con la bomba. El tiempo se acaba y salvo que se produzca un giro radical en Teherán, el momento de la decisión sobre qué hacker, está a la vuelta de la esquina. Si Obama sigue con su retórica de que un Irán nuclear es inaceptable, pero con una política de hechos que revela que también le resulta inaceptable tomar una medida para impedirlo, será imposible un entendimiento estratégico entre Estados Unidos e Israel.

La gente de Netanyahu puede albergar la esperanza de que hablando con Obama éste recapacite y comprenda la naturaleza de una región compleja y en transformación y que, como decía Churchill, acabe haciendo lo correcto después de haber agotadazo todas las otras opciones. Pero en este punto el primer ministro israelí puede estar equivocado. No se trata de una cuestión de ignorancia por parte de Obama. El problema de fondo de Israel es que se adentra en un universo sin América, porque América está en un proceso de retirada del mundo, incluido el Oriente Medio. Y contra eso, no hay ni palabras ni gestos que valgan.

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