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De mal en peor

Las guerras a medias es lo que tienen: que no se ganan. Y salvo que la coalición internacional de verdad escale su involucración en este conflicto, la división bélica de Libia puede durar, y mucho.

A casi tres meses del inicio de las revueltas armadas contra Gadafi, la solución del conflicto está lejos de poder entreverse: la zona de exclusión aérea no ha impedido la continuación de los combates y el embargo naval no ha tenido hasta el momento efecto alguno. El resultado es que Gadafi no se ha rendido ni se ha ido del país ni ha sido depuesto por nadie de su entorno y los rebeldes no han sido barridos del mapa. Total, que ambas partes prosiguen con su lucha.

La estrategia aliada ha sido un rotundo fracaso hasta el momento: al igual que en Kosovo, se confió inicialmente en que unas pocos misiles y bombas bastarían para doblegar al dirigente libio, pero no fue así y Gadafi recuperó el espacio perdido frente a los rebeldes de Bengasi. Posteriormente, los aliados trataron de que los suyos traicionaran al líder, aunque tras la deserción del ministro de Asuntos Exteriores de Gadafi, nadie se ha movido ni significado en otra cosa que no sea su defensa.

A continuación, y en parte por un sentimiento de exasperación occidental, la OTAN elevó agresivamente sus ataques contra las instalaciones próximas a Gadafi en una estrategia nunca hecha pública de acabar con la vida del dictador de Trípoli. Pero las contradicciones entre la política declarada (hacer efectivas las resoluciones de la ONU) y la real hicieron este tipo de acciones políticamente insostenibles. Es más, con la Historia en la mano sabemos que este tipo de eliminaciones selectivas pocas veces salen bien o en los plazos estratégicamente eficaces. A Estados Unidos le ha llevado una década acabar con Ben Laden y Sadam escapó en sucesivas ocasiones a ataques selectivos, por citar dos ejemplos.

Simultáneamente, América, quien no quiere arriesgar la vida de uno de sus soldados en suelo libio ni políticamente quiere Obama sacrificarse en una nueva guerra, ha alimentado la idea de que lo mejor es entrenar y armar a los rebeldes para que sean ellos directamente quienes pongan punto final a esta guerra civil cuanto antes. No sólo va en contra de la legalidad internacional tal y como la ha marcado la ONU en este terreno, sino que, a tenor de la incapacidad bélica mostrada por los rebeldes en estos meses, es una opción que puede llevar bastante tiempo para ver sus frutos. Si es que acaba dándolos.

Las guerras a medias es lo que tienen: que no se ganan. Y salvo que la coalición internacional de verdad escale su involucración en este conflicto, la división bélica de Libia puede durar, y mucho. De hecho, en Washington se piensa como si Libia fuera a seguir desangrándose unos 10 ó 12 meses más. El problema es si no nos desangraremos políticamente antes nosotros. El tiempo, de momento y en el medio plazo, corre a favor de Gadafi antes de que se le vuelva en contra.

Lo que se puede hacer no se quiere hacer, así que con toda probabilidad tendremos lo que no queremos. Y mientras, refugiados que se mueren en su huida sin que nadie les auxilie, civiles muertos por error y una factura que se acumula. No es de extrañar que italianos y franceses empiecen a defender la idea de que hay que parar. Lo mismo que ansía Gadafi.

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