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Después de New Hampshire

Hay una superior comparecencia de demócratas que de republicanos. Están más movilizados y más entusiastas y eso es, si se mantiene, una indudable ventaja.

La sorpresa que aportaron las primeras primarias propiamente dichas el pasado día 8 fue un fallo estrepitoso de las encuestas de opinión respecto al lado demócrata. En todas aparecía Obama como seguro ganador pero Hillary se las llevó de calle. Cada uno tiene su interpretación intuitiva favorita, pero los encuestadores profesionales andan de cabeza para averiguar en qué fallaron sus muy depuradas técnicas. Una de las explicaciones de aficionado es que después de todo no son tan depuradas. Pero el sistematismo del error requiere ir bastante más al fondo. Hay que saber cómo corregir las “desviaciones de la verdad” entre los que responden, de acuerdo con categorías sociales. Hubo un acierto pleno en las previsiones respecto al voto republicano, mientras que todas las muestras de demoscopia demócrata, desde las más sofisticadas a las más elementales, fallaron con el mismo margen de error.

Entre las muchas hipótesis, no necesariamente incompatibles entre sí, la más sólida parece estar en la diferencia de reacciones ante los cuestionarios de preguntas entre los distintos sectores a los que apelan el candidato de color y la gran dama. En contra de lo que se podría suponer, el primero atrae a la clase media-alta demócrata de profesionales con formación universitaria, no digamos los estudiantes en ese nivel, mientras que las simpatías de Hillary se dan en estratos más humildes, obreros, los cuales tienden a ocultar en las respuestas soterrados prejuicios raciales que afloran en el momento del voto. Además la Clinton consiguió remontar uno de sus handicaps, que es un mayor rechazo entre las de su sexo que por parte de los hombres. No por una diferencia aplastante, pero lo suficiente como para contribuir a explicar la sorpresa final

Todos los comentarios giran en torno a los oportunos pucheros del último momento ante las cámaras de televisión de la acerada candidata, cuando le preguntaron por el esfuerzo que le suponía tan estresante campaña. Si fueron realmente esas lagrimitas las que dieron el vuelco definitivo, probablemente no se pueda saber nunca. Pero parece que el impacto humano fue, en efecto, electoralmente muy positivo. A las feministas radicales no les halaga en absoluto una victoria con esas armas tan poco igualitarias y el comentario se ha visto profundamente divido, tanto entre simpatizantes como entre detractores, sobre si se trató de un raro momento de autenticidad o una oportuna y bien representada farsa.

El caso es que los resultados le dieron una vez más relevancia al pequeño estado que logra siempre anticiparse a todos los demás en la celebración de las consultas intrapartidarias. Una nueva victoria de Obama no hubiera tirado a la Sra Clinton a la cuneta, pero le hubiera causado un gran perjuicio. La lucha entre ellos sigue abierta posiblemente hasta el supermartes 5 de febrero en el que se celebran simultáneamente 23 primarias.

En el campo republicano McCain se recupera frente al evangélico Huckabee, vencedor en Iowa, mientras que el mormón y político con habilidades de gran empresario Romney sigue sin remontar el vuelo, pero sin llegar a ser eliminado. El excalde neoyorkino del 11-S tampoco, como en Iowa, ha participado en esta primaria. Puede que tenga que lamentarlo. A partir de ahora ya no hay escamoteos, aunque ninguno puede repartir por igual sus esfuerzos entre los veintitrés estados del supermartes. Y de aquí allá otras cinco consultas, algunas importantes.

Otra aportación de New Hampshire, como de Iowa, es una superior comparecencia de demócratas que de republicanos. Están más movilizados y más entusiastas y eso es, si se mantiene, una indudable ventaja.

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